Nos hallamos ante una paradoja espaciotemporal posiblemente indemostrable, pero probablemente cierta. Aunque también hay quien sostiene, contra toda evidencia, que es falsa.
Se aduce que, mientras no se generalice la inmortalidad, casi todo ser humano alcanza la muerte en una fecha determinada, y esa fecha será más cercana cuantos más años haya vivido el mencionado ser, de manera que le quedarán menos años para alcanzarla. Es decir, que si cada uno de los años vividos y cada uno de los años que le restan duran lo mismo, la meta estará más cerca, pero la velocidad sería idéntica.
El problema de tal refutación es que cae en la «trampa intelectual» de «creer que el tiempo es algo que se desarrolla siempre en el mismo sentido y a la misma velocidad», oportunamente denunciada por el reputado astrónomo y escritor británico de ciencia ficción Fred Hoyle (también conocido por poner en solfa la teoría de la expansión del Universo, que bautizó sarcásticamente y con gran éxito ―salvo en lo del sarcasmo― como Big Bang). Si apelamos a Galileo y su ecuación clásica de la velocidad (espacio recorrido por unidad de tiempo), el espacio entendido como la distancia que nos separa de la tumba es, en realidad, tiempo: el tiempo percibido por cada persona, no el tiempo inmutable del calendario.
Y, como se sabe, cada año que pasa, pasa más rápido; aunque siempre puede haber días interminables y días fugaces, por regla general la duración de los años se reduce inexorablemente con la edad. Puesto que la velocidad es inversamente proporcional al tiempo, como el espacio recorrido es el mismo, la velocidad será mayor, porque el tiempo, aun siendo igual objetivamente, subjetivamente es menor.
Creo que está claro.
El enfoque relativista identifica la muerte como la luz al final del oscuro túnel de la vida
No obstante, otro enfoque de la paradoja, también indemostrable pero admisible, invoca la teoría de la relatividad identificando la muerte como la luz, la luz al final del oscuro túnel de la vida, lo que significa, como presagió Einstein, que la susodicha muerte-luz se desplaza a una velocidad constante hacia cada cual. Lo que hacemos desde nuestro nacimiento es escapar de sus fauces, luego no somos nosotros los que corremos más, sino que la parca se nos acerca más rápido precisamente porque corremos menos.
Defensor de esta apreciable hipótesis es Pablo Guerrero, que plasmó su alegato en la canción Para huir de la muerte, de 1972. Desde entonces, sin embargo, se ha concluido fehacientemente que, contra lo que afirmaba el inefable músico extremeño, para huir de la muerte no basta con que nos amemos todos, aunque sea sin horario y sin ley, ni que yo resucite el conjuro dormido de tus pechos, ni que ahonde tus raíces o bucee hasta el centro. Todo eso ayuda, pero no es suficiente. Si vamos a apoyarnos en la autoridad de un insigne cantautor experto en lluvias, pienso que andaba más acertado Bob Dylan con el Never Ending Tour, la «gira interminable» que comenzó en 1988. Para huir de la muerte hay que correr más rápido que ella. En cuanto te paras, adiós.
Un científico de otra rama de las artes, ni musical ni física, avala este enfoque. Mikel Izquierdo, catedrático de Ciencias de la Salud en la Universidad Pública de Navarra, que coordinó el libro Ejercicio físico es salud, contaba esta escalofriante historia en un reportaje firmado por Carlos Arribas en El País:
Un nonagenario, que hasta entonces llevaba una vida autónoma e independiente funcionalmente, ingresa en un hospital con neumonía. Del centro sanitario sale, por ejemplo, 10 o 15 días más tarde con la neumonía curada, pero tantos días de cama le han dejado tan débil (si no te mueves el músculo desaparece) que no puede ni andar y sale en silla de ruedas. Su capacidad funcional ha desaparecido. Esa persona morirá pronto, y no por la neumonía, que ya está curada, sino por vivir débil en silla de ruedas. Mucha gente no lo sabe, pero el mejor predictor de esperanza de vida es la capacidad de andar. Midiendo la velocidad de marcha de los ancianos se puede predecir, casi con precisión de una semana, cuánto van a vivir.
Bueno, me voy, que me han entrado ganas de echarme una carrerita.