“Todo lo que el hombre es capaz de escribir ha sido ya escrito. La literatura ha muerto”

“Todo lo que el hombre es capaz de escribir ha sido ya escrito. La literatura ha muerto”

Fachada lateral izquierda del Casón del Buen Retiro de Madrid con la frase de Eugeni d’Ors “Todo lo que no es tradición es plagio”.
Frase de Eugeni d’Ors en el Casón del Buen Retiro (Madrid)

Al fin se ha descifrado un pequeño fragmento de un texto que intriga a los arqueólogos desde 1922, cuando una enigmática tablilla de barro fue descubierta casualmente por un pastor ágrafo en un altozano de la isla griega de Delos. La tablilla contiene 47 signos de un idioma desconocido en 32 líneas quebradas.

En un farragoso documento técnico titulado “Cien años después de su hallazgo, los enigmáticos códigos de la tablilla de Delos muestran las primeras grietas”, la web de la prestigiosa revista estadounidense Archanelogy acaba de publicar una versión en inglés del fragmento, donde se encuentra la máxima que, convenientemente traducida al castellano, titula esta entrada.

Aunque las prisas no son consejeras habituales de Cita a las Diez, en esta ocasión nos hemos apresurado a reproducir la frase por tres apremiantes y poderosas razones. Por un lado, para cumplir nuestro irrenunciable principio deontológico que nos obliga a titular con epigramas que no se han divulgado antes como tales. En segundo lugar, por la importancia del descubrimiento, dada la antigüedad del misterioso matriarcado que la concibió (los expertos lo consideran el primer matriarcado en sentido estricto, y algunos apuntan incluso a un matriarcado extremista). Y, por supuesto, por la elocuencia del texto. Un texto pesimista, pese a que promete infinitas lecturas. Un texto que en sí mismo encierra múltiples lecturas. Aquí daremos cabida solo a tres, dada la urgencia que nos hemos impuesto para que nadie nos pise la exclusiva (y porque es un número que nos gusta). Adelanto que la tercera puede resultar polémica en estos momentos, pues desmantela las argumentaciones lingüísticas que cuestionan el tradicional masculino genérico.

Es un texto esencialmente pesimista, pese a que promete infinitas lecturas

La historia moderna de la tablilla de Delos tropezó en un principio con el desdén de muchos arqueólogos y eruditos de principios del siglo pasado (todos hombres, hay que decirlo), que la calificaron de fraude porque los extraños signos que contenía, en palabras de uno de ellos, semejaban “garabatos”, “más propios de la inventiva de un pastor analfabeto que de una avanzada civilización prehelénica conocedora del tesoro de la escritura”. Sin embargo, con el paso del tiempo se ha impuesto la convicción de que se trata de una pieza original y valiosa en extremo, tanto por su exclusivo código y por la fecha de su elaboración, que las pruebas de datación por radiocarbono sitúan alrededor del año 1500 a. C., como por el lugar donde apareció, que ha resultado ser el epicentro de un yacimiento arqueológico único en su género.

Detalle de la tablilla de Delos, datada en torno al año 1500 a.C.
Tablilla de Delos (detalle)

Las excavaciones efectuadas en la zona del hallazgo han sacado a la luz vestigios de un colosal templo regido por sacerdotisas. El arqueólogo griego Georgios Papaioannou, que dirige la última campaña, iniciada hace 23 años, explica que, aunque solo se conoce una mínima parte del yacimiento, que abarca más de veinte hectáreas, se sabe que era un espacio vedado a los hombres donde se practicaba un culto en el que únicamente se adoraba a diosas, a tenor de las piezas escultóricas y los relieves exhumados. La confirmación definitiva de la autenticidad de la tablilla del pastor tuvo lugar en 2006, cuando ocho de sus signos se encontraron en una gastada piedra del templo.

La traducción ha sido obra de la epigrafista romana Monica Marzotto, que trabaja en el departamento de Arqueología de la Universidad de Lovaina, donde se conserva una réplica del artefacto. “Llevo estudiando estos signos desde hace una década, pero el esfuerzo ha merecido la pena. Creo que en dos o tres años más descifraré el resto de la tablilla”. Los arqueólogos están convencidos de que cuando profundicen lo suficiente en las excavaciones localizarán la biblioteca del templo, donde esperan encontrar más documentos escritos en la misma lengua.

Ahora vayamos a las lecturas que a bote pronto nos sugiere la primera oración del polisémico aforismo de Delos (“Todo lo que el hombre puede escribir ha sido escrito”). La más obvia subraya los estragos que la invención de la escritura y los archivos causó entre los plagiarios, al poderse comprobar que los textos que grababan como nuevos ya se habían grabado previamente en otras tablillas, como sin duda se apresuraron a censurar los primitivos cazadores de plagios. De ahí a que un plagiario adujera en su defensa que todo estaba escrito solo había un paso. Ahora bien, aunque en su origen fuese una mera excusa, la enjundia de la frase apunta en otra dirección. El dramaturgo cartaginés Publio Terencio (194-159 a. C.) nos da una pista cuando afirma: “Ya no se puede decir nada que no haya sido dicho antes de nosotros”. En efecto, señor Terencio, eso mismo, aunque con otras palabras (de acuerdo con las respectivas traducciones), se dijo 1.300 años antes de que se le ocurriese a usted. O 3.500 años antes de que el barcelonés Eugeni d’Ors (1881-1954), más sibilino, anotase: “Todo lo que no es tradición es plagio”.

Foto del escritor barcelonés Eugeni d’Ors (1881-1954).
Eugeni d’Ors

De modo que, si nos ceñimos al texto de la tablilla para no liarnos en exceso, no solo tuvo que ser escrito antes de que se imprimiese en Delos, sino antes de que se escribiese por primera vez. Esto es: la primera vez que se escribió ―o se dijo― ya fue una copia. Con lo cual enfrentamos a un maravilloso ejemplo de plagio perfecto y circular, pues, como supusimos, probablemente se formuló para justificar un plagio.

La primera vez que se escribió ―o se dijo― ya fue un plagio

La segunda parte de la cita de Delos, que se encarga de noquearnos con un directo de lógica (“la literatura ha muerto”) después de habernos ofrecido el paraíso de toda la literatura a nuestro alcance (“todo ha sido escrito”), se ha reiterado hasta la saciedad en los últimos decenios por un ejército de agoreros, con especial énfasis en la variante “la novela ha muerto”. Para no ser demasiado cargante, solo recitaré al británico Lars Iyer, quien postula que “ya solo es posible escribir el epílogo de la literatura” (del artículo Desnudo en la bañera, asomado al abismo, citado por Elisa Rodríguez Court en Revista de Letras, que se puede leer en la web de Enrique Vila-Matas):

“Año tras año vemos cómo se intentan hacer pasar como si fueran el último grito muestras de estilos muertos como el realismo, el modernismo, el nuevo periodismo o alguna variante lúdica del posmodernismo, todos ellos más retro que la peste. Es hora de que la literatura acepte su propia muerte, en vez de seguir jugando a las marionetas con su cadáver”.

Nos podríamos preguntar entonces qué es lo que han hecho los escritores en todo este tiempo, incluidos los que han firmado artículos sobre la proclamada defunción. ¿Tan desmemoriados o tan indulgentes son los lectores? Sin desmerecer la categoría de la frasecita, para mí está claro que la muerte de la literatura y de cualquiera de sus variantes genéricas es una ficción literaria de libro. Pues si bien es cierto que estamos condenados a repetir lo que otras personas dijeron y escribieron o escribirán, la originalidad ―la autoría― radica en el estilo. Pero el estilo habita en un contexto espacial, no solo histórico o temporal. Sintagmas idénticos reflejan estilos distintos si el contexto varía. Y el contexto siempre varía aun siendo idénticos el lector y la obra. Como nos ilustró Heráclito de Éfeso (540-480 a. C.), nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Dicho de otro modo: la misma frase nunca significa lo mismo, de forma que ningún plagio es posible ―y la originalidad es inevitable―.

Retrato del dramaturgo cartaginés Publio Terencio (194-159 a. C.).
Retrato de Publio Terencio Afro

De la exégesis (o digresión) anterior se deduce que los dos enunciados del pasaje de Delos, pese a que en apariencia responden a una dialéctica rigurosa, son contradictorios: “Aunque todo plagio es imposible, esto es un plagio”.

La muerte de la literatura es una ficción literaria de libro

El tercer enfoque del apotegma, como he adelantado, es puramente lingüístico. Mucho se ha polemizado sobre la conveniencia o no de feminizar el idioma castellano, al que desde algunos sectores ―no solo feministas― se acusa de sexismo por la preponderancia del masculino al ser el género no marcado. Entre otras soluciones inclusivas se proponen el desdoblamiento y la manufacturación de sustantivos femeninos. La refutación de esta corriente, capitaneada por ilustres académicos de la lengua, incide en el principio sagrado de la economía del lenguaje y en la tradición lingüística indoeuropea que, según uno de nuestros sabios de referencia, el periodista-filólogo Álex Grijelmo, ni siquiera era machista (Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo, Taurus, 2019).

¿Qué aporta el artefacto de Delos a la disputa? ¿Por qué es trascendental? Papaioannou, el arqueólogo que dirige la excavación, acota el contexto. “El templo de Delos es un espacio arquitectónico de un racionalismo arrebatador que eleva a sus constructores a la cúspide de las civilizaciones más cultas y avanzadas de la historia, tanto en el plano científico-técnico como artístico. Pero la característica que lo hace único es que todos los objetos y figuras que se han podido reconstruir o simplemente atisbar ensalzan sin ambigüedades la superioridad moral, intelectual y estética de la mujer sobre el hombre”.

Nos hallamos, pues, ante un matriarcado en el que los hombres no pintaban nada. Y resulta que ellas, las primeras matriarcas de las que se tiene noticia ―unas mujeres racionales y cultas, según parece―, nos dejaron por escrito hace 3.500 años una sentencia en la que el sustantivo hombre (“Todo lo que el hombre puede escribir”) opera como genérico, de modo que significa tanto hombre como mujer. ¿O es que las primeras matriarcas eran machistas?

ACTUALIZACIÓN. Cuando íbamos a publicar el artículo, el legendario rigor de Cita a las Diez nos ha inducido ―a pesar de las prisas― a verificar la frase en el blog personal de la epigrafista Marzotto, que la ha transcrito al italiano. Para nuestra sorpresa, nos hemos encontrado con que la segunda oración del pasaje varía ligeramente con relación a la de la web de Archanelogy. A primera vista, ese leve cambio, que reproducimos a modo de coda o postítulo de esta actualización, parece impugnar nuestra razonable hipótesis sobre la aceptación del masculino genérico por las primeras matriarcas conocidas, pero como de momento no sabemos a qué versión atenernos, ahí lo dejamos (más fiabilidad ofrece en principio una prestigiosa publicación que el blog de una persona, aunque también es cierto que la susodicha publicación se limita a recoger el trabajo de dicha persona: empate). En todo caso, si la interpretación que finalmente se impone es la de la epigrafista, solo habría que rehacer las últimas líneas del texto, concretamente a partir del calificativo de “racionales” que les atribuíamos a estas matriarcas primigenias. Lo cual nos conduciría a otro asunto de calado: que desde sus primeras formulaciones el matriarcado ha sido extremista en su rechazo visceral al masculino genérico; vamos, que es fundamentalista por naturaleza. Pero no nos dejemos llevar por presunciones.

Traducida al español, la frase que figura en el blog de Marzotto es esta:

“Todo lo que el hombre puede escribir ha sido escrito. La literatura masculina ha muerto”

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