“Por eso he basado en él mi organización”, añade Alphonse Gabriel Capone (1899-1947). “Quienes trabajan conmigo no tienen nada que temer. Los que trabajan para mí me son fieles, no tanto por el dinero que ganan sino porque saben lo que podría pasarles si me traicionan”. En cambio, dice el gánster que se coronó Rey del hampa de Chicago tras ordenar la muerte de todos ―todos― sus rivales, “el Gobierno de Estados Unidos blande una estaca muy frágil contra los que violan la ley, limitándose a amenazarles con la cárcel. Los transgresores se parten de risa y contratan buenos abogados. Solo algunos de los que tienen menos dinero palman y van a prisión”.
El fundador del Sindicato del Crimen de los Estados Unidos opina sobre la corrupción en el poder establecido centrándose en los banqueros y en los políticos. Veamos lo que opina de los primeros:
Los banqueros corruptos que aceptan el dinero de sus clientes, ganado con el sudor de su frente, a cambio de acciones que saben que no tienen valor serían inquilinos más adecuados de las instituciones penitenciarias que el pobre hombre que roba para dar de comer a su mujer y a sus hijos. Durante el año que viví en Florida conocí a un individuo poco de fiar, amigo de un editor, que estaba a cargo de un banco. Había vendido un montón de papeles sin valor a personas que no sospechaban nada. Un día su banco se vino abajo. Yo estaba agradeciéndole al cielo que hubiera recibido su merecido cuando me enteré de otro de sus negocios, al lado del cual volar cajas fuertes parece tan inofensivo como el minigolf. El editor corrupto y el banquero animaban a los impositores en bancarrota, que recibían treinta centavos por dólar, a que depositaran su dinero en el banco de otro amigo. Muchos siguieron su consejo y, unos sesenta días más tarde, el banco en cuestión también se hundió como un castillo de naipes. ¿Cree que los banqueros fueron a la cárcel? Nada de eso. Se encuentran entre los ciudadanos más relevantes de Florida. ¡Son tan aborrecibles como los políticos corruptos! ¡Si lo sabré yo! Llevo mucho alimentándoles y vistiéndoles. Hasta que me metí en este negocio nunca imaginé cuántos sinvergüenzas vestidos con trajes caros y hablando con acento amanerado iba a encontrarme.
Sobre los políticos, abunda:
La corrupción campa por sus respetos en la vida americana de nuestros días. Es la ley allá donde no se obedece otra ley. Está minando este país. Los legisladores honrados de cualquier ciudad pueden contarse con los dedos. ¡Podría contar los de Chicago con los dedos de una sola mano! La virtud, el honor y la ley se han esfumado de nuestras vidas.
Al Capone se expresaba de esta manera en plena gran depresión, en agosto de 1931, dos meses antes de ser condenado a once años de cárcel por evasión fiscal. Lo entrevistó para la revista estadounidense Liberty Cornelius Vanderbilt Jr. (1898-1974), que ya se había enfrentado a personajes como Pío XI, Mussolini, Stalin o Hitler. Dos años antes, el gánster había concedido al diario londinense The Times otra entrevista que finalmente no se publicó por decisión del periodista, Claud Cockburn. “Me di cuenta”, explicó, “de que la mayoría de las cosas que Capone había dicho eran esencialmente idénticas a las que publicaba el propio The Times en sus editoriales, y dudaba mucho que al periódico le hiciera gracia verse encuadrado en la misma línea política que el gánster más famoso de Chicago”.
Cornelius Vanderbilt Jr. asegura, en cambio, que Capone se sinceró con él, según el texto recogido en el libro Las grandes entrevistas de la historia. “No hacía nada de cara a la galería y estoy convencido de que no intentaba marcarse faroles para deslumbrarme”. Al contrario, “el más temido de todos los delincuentes” trató al periodista que así lo definía como a un igual y le reclamó unidad para sacar al país de la crisis e impedir que la gente de a pie se rebelase contra el sistema:
Recuerde, señor Vanderbilt, las personas como nosotros tenemos que mantenernos unidas este invierno. El invierno pasado di de comer a trescientas cincuenta mil personas por día aquí, en Chicago. Este va a ser peor. Tenemos que contribuir a llenar las barrigas y a mantener los cuerpos calientes. Si no lo hacemos, se acabó nuestra forma de vida. ¿Sabe usted, señor, que América está al borde de una revolución social? El bolchevismo llama a nuestras puertas. No podemos permitirle que entre. Tenemos que organizamos en su contra, ponernos hombro con hombro y resistir. Creo que los dos hablamos el mismo idioma, y creo que los dos somos patriotas. No queremos ver cómo se resquebrajan los cimientos de este gran país. Tenemos que luchar para ser libres”.
Aunque este podría ser un buen final, creo que la última palabra debe ser para el escritor y sociólogo suizo Jean Ziegler:
La solución al hambre no es dar más, sino robar menos