Cuando se publicó por primera vez, en 1884, en la revista Oskolki, El álbum (un relato con trama y final del que procede el título de esta entrada) estaba firmado con el seudónimo Antosha Chejonté. El ruso Antón Pávlovich Chéjov (1860-1904) contaba entonces 24 años, y aún no se atrevía a poner su nombre en sus ficciones. Dos años después, en una carta a Dmitri V. Grigoróvich, se quejaba de que todas las personas cercanas a él habían menospreciado siempre su actividad de escritor, y le recomendaban que no dejara su profesión, la medicina, por la literatura. “Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos decenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno solo que haya visto en mí a un artista”. “La esperanza está en el futuro”, añadía. “Solo tengo 26 años. Quizás me dé tiempo a hacer algo, aunque el tiempo pasa deprisa”.
No vivió demasiado, pero le dio para escribir más de 600 cuentos, además de obras de teatro, ensayos, novelas ―cortas― e infinidad de cartas. De la revisión de esta ingente correspondencia (se han publicado unas tres mil quinientas misivas en la edición rusa de sus obras completas), un profesor de literatura veneciano, Piero Brunello, extrajo Sin trama y sin final: 99 consejos para escritores. He aquí algunos:
La brevedad es hermana del talento.
Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que le faltan al cuento.
Lo mejor es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones.
Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.
Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.
Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.
Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.
Hay muchas otras frases de Chéjov que me subyugan, pero no soy quién para dejarlo quedar en mal lugar haciendo extensa esta entrada.