No te dejes engañar por el título de este libro. Reflexiones de una mente adicta es un tratado sobre la felicidad.
De la mano de pensadores clásicos y contemporáneos, y de científicos que manejan tecnología punta para desentrañar los misterios neuronales y moleculares de nuestro cerebro (y de nuestros intestinos), Daniel Cid llega a la esperanzadora conclusión de que la felicidad es posible, que hay vías para alcanzarla. Pero no nos lo pone fácil. Más bien, nos fastidia todo lo que puede por el camino.
De entrada, nos tacha a todos de adictos. Aunque en esto también hay clases. No todos somos adictos de primer nivel, como él, que según nos cuenta ha sido atrapado por las adicciones prémium de alcohol y drogas duras, y ha tocado varios fondos. Resulta que la mayoría somos adictos de gama media o baja y, probablemente, a diferencia de los adictos de primera categoría, no lo sabemos ni lo sospechamos. Pero eso no nos impide sufrir los perniciosos efectos de la adicción, que, para qué nos vamos a engañar, “necesita un componente de sufrimiento”.
Dice Daniel Cid que esta adicción discreta, “la que todos tenemos en común, también te convierte en un pelele”.
“Ese sufrimiento puede estar camuflado, o ser soportable, o considerarse parte de la vida”, asegura. “De ahí que muchos se resistirían a ser catalogados como adictos. No está de más recordar que la negación es una característica de cualquier proceso adictivo”.
Daniel Cid llega a la conclusión de que la felicidad es posible, que hay vías para alcanzarla. Pero no nos lo pone fácil. Más bien, nos fastidia todo lo que puede
Total, que, como es propio del adicto negar que lo es, si lo niegas y no mientes significa que lo ignoras.
Ahí está el quid: eres adicto y no lo sabes. Puedes tener “adicciones comportamentales, en las que no hay sustancia de por medio (a las compras, a Internet, a personas, al Fortnite…)”. O, simplemente, puedes guiarte “por la búsqueda de determinados placeres, metas, reconocimientos o necesidades que en ningún caso dan la felicidad”. “Y nos apegamos a ellos generando una dependencia que se traduce en malestar o sufrimiento”.
¿Hay alguien por ahí que esté libre de buscar determinados placeres, metas o reconocimientos? Pues entonces, a sufrir, o, en el mejor de los casos, a notar un molesto malestar. Da igual que consigas tus metas, por muy ordinarias que sean (el poder, las riquezas, los placeres de los sentidos, la fama), o no, porque “nunca son una fuente de satisfacción permanente y el día menos pensado acaban transformándose en descontento”.
Lo dice Matthieu Ricard, un monje budista francés muy citado en el libro, que remata el razonamiento con esta sentencia: “Una vez mi maestro le dijo a una audiencia occidental: lo que ustedes llaman felicidad nosotros lo llamamos sufrimiento”.
Vamos, que, lo sepamos o no, sufrimos; por tanto, somos desdichados. Aunque estemos contentos por haber conseguido fama, un ascenso, un duples de reyes o muchos “me gusta”.
Además de pensadores reconocidos, el autor también recurre a ideas de científicos para apoyar esta jovial hipótesis. Una de ellas es la parcialidad negativa, definida por el neurólogo Rick Hanson como la tendencia de nuestro cerebro a sospechar de lo positivo y descartarlo sin mayores análisis. “En el curso de la evolución, los animales nerviosos, compulsivos y dependientes tenían más posibilidades de transmitir sus genes, y esas tendencias están ahora entretejidas en nuestro ADN”.
Asegura Hanson que, “incluso cuando te sientes relajado, alegre y conectado, el cerebro sigue escaneando el entorno en busca de posibles peligros, desengaños y problemas interpersonales. Lo habitual es que al fondo de tu mente haya una sensación sutil, pero perceptible, de incomodidad, insatisfacción y separación que motiva ese estado de alerta”.
La infelicidad es parte de nuestra naturaleza. ¿Podemos entonces despreocuparnos y seguir a lo nuestro, puesto que es inevitable?
“Uno no se libera de una adicción por medio del placer. ¿Cómo iba a hacerlo si el placer, o algunos placeres, son el motor de la adicción?”
Pues no, nada de desentenderse, hay salida. Podemos cambiar el rumbo, podemos dominar nuestro inconsciente solapado y cabrón, podemos alcanzar la felicidad. Pero primero tenemos que saber. En palabras de la psicoterapeuta Deirdre Boyd, “la adicción es probablemente la única enfermedad que requiere ser conocida en profundidad para lograr recuperarse de ella”. Y aunque Deirdre Boyd se refería a la adicción en sentido clásico, Cid considera que “la idea es aplicable a la adicción en sentido amplio” de la que habla en el libro, “la adicción a toda causa de sufrimiento, lo que incluye trastornos ansiosos o depresivos y cualesquiera formas más leves de malestar neurótico”.
“Lo contrario de la adicción no es la sobriedad, es la sabiduría”, dice Daniel Cid. Y “la tendencia humana básica de acercarnos al placer y evitar el dolor no nos garantiza sabiduría ni felicidad”, porque “uno no se libera de una adicción por medio del placer. ¿Cómo iba a hacerlo si el placer, o algunos placeres, son el motor de la adicción?”.
Habrá, pues, que descartar el placer para lograr la felicidad. ¿Estás dispuesta? ¿O te pasa como a los participantes de aquella encuesta a los que se preguntó a quién admiraban más, si a Tom Cruise o al Dalai Lama, y que mayoritariamente respondieron que al Dalai Lama? Luego se les preguntó quién preferirían ser si pudieran elegir. La mayoría quería ser Tom Cruise.
No descarta la autoayuda, porque es un término comodín que se aplica tanto a personajes válidos y enriquecedores como a cantamañanas y farsantes
Doy por hecho que si hemos leído lo anterior y seguimos leyendo no somos así o no queremos serlo, y que nos hallamos prestos para buscar la felicidad. Aunque, nos advierte Cid, “el camino hacia la felicidad es peligroso, está repleto de salteadores y asesinos”. ¿Continuamos?
Claro que sí. Si hemos llegado hasta aquí, qué más nos puede pasar.
Antes de enfilar la meta, daremos un pequeño rodeo por el proceloso submundo de la autoayuda siguiendo las peripecias del escritor. Aclaro que no descarta la autoayuda sin más, porque a su juicio es un término comodín que se aplica tanto a personajes válidos y enriquecedores como a cantamañanas y farsantes. De hecho, Reflexiones de una mente adicta puede considerarse un libro de autoayuda (de la válida y enriquecedora). De la farsante algo sabe Daniel Cid, que, en su angustiosa búsqueda de respuestas, asistió en Valencia a un congreso de psicología y desarrollo personal (el Being One Fórum) en el que se mezclaban estafadores que afirmaban que el cáncer es una bendición con conferenciantes como Daniel Goleman, “que le daban cierta credibilidad al asunto”. Allí vio en qué consistía el tapping:
Un señor gracioso, que me recordaba al mago Tamariz, prometía que dándote unos golpecitos y gritando algunas cosas te curabas de lo que fuera. Y eso hicimos todos a la vez. Mil personas dándose golpecitos y gritando sandeces (me gustaría decir que yo no lo hice, pero ya que estaba allí y por si acaso…).
También repasa otras ideas arraigadas de autoayuda, como la de ir al pasado y sanar a tu niño interior. “Partamos de la base de que todos fuimos niños. No pretendo negar eso”, afirma Cid. “Y en cierta forma seguimos siéndolo, en la medida en que algunos hemos madurado menos. De hecho, a mí me cuesta más encontrar al adulto interior que al niño”.
No, a Daniel Cid la vida no le parece fácil: “Aunque hay quien dice levantarse con ganas de comerse el mundo, yo solo me levanto con ganas de desayunar”
Era de esperar. A la meta de la felicidad no se llega por arte de magia. Requiere esfuerzo y perseverancia.
Vamos a fijarnos en una frase del estoico griego del siglo primero Epicteto: “No importa lo que nos sucede, importa lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”. Y vamos a analizar qué coño nos estamos contando a nosotros mismos para encabronarnos tanto. Eso es lo que hizo el psiquiatra estadounidense Aaron Beck, padre de la terapia cognitiva. Su idea central se basa en que es el paciente quien genera sufrimiento por su forma de interpretar de la realidad, y no la realidad la que lo causa. “Esta idea es prácticamente la misma que tiene el budismo”, explica el autor.
¿Y cómo podemos contarnos cosas positivas y evitar las negativas que constantemente nos envía nuestro subconsciente? El psicólogo estadounidense Rick Hanson propone “absorber lo bueno”. “Absorber lo bueno o agradecer no es volverse gilipollas”, aclara Cid. “Es reprogramar tu cerebro para que aprenda a ver lo que es bueno en tu vida y ahora le está pasando desapercibido. Porque si nos paramos un momento es muy fácil ver cuántas cosas hay por las que sentirse agradecido”.
Para las terapias cognitivas, hay que aprender a relativizar la importancia de todo, “principalmente de preocupaciones o cualquier otro insidioso aspecto relacionado con la defensa de nuestro ego”. Y para el budismo, la solución es la meditación y la atención plena (o mindfulness, como se dice ahora en español) en las actividades cotidianas, incluidas las más insignificantes, como comer un cacahuete.
Y ya está. Solo hay que llevarlo a la práctica.
Ya sé que no parece fácil, y el autor del libro se empecina en demostrar, poniéndose a sí mismo como ejemplo, que, en efecto, no lo es en absoluto. “Yo soy un meditador malísimo”, reconoce. “Cuando se trata de pararme, respirar o dejar que los pensamientos como vienen se vayan, la cosa se me pone cuesta arriba. Es una asignatura que tengo pendiente desde hace años, y hasta ahora mis logros son demasiado pequeños”. Pero no todo está perdido. “Me ayuda mucho caminar, caminar despacio atendiendo a las sensaciones o a lo que me rodea. En esos momentos me cuesta un poco menos practicar la atención plena. Sobre todo, en la naturaleza. Sentarme en la playa y atender a mi respiración, al mar o a mis sensaciones me resulta menos difícil que hacerlo en mi casa”.
No, a Daniel Cid la vida no le parece fácil. “Aunque hay quien dice levantarse cargado de energía, con ganas de comerse el mundo, yo solo me levanto con ganas de desayunar”.
Vayamos un poco más allá y preguntémonos para qué tanto esfuerzo. ¿Merece la pena ser feliz? El autor cita a Tal Ben Sahar, un profesor de psicología positiva de Harvard que imparte, con mucho éxito de público, la asignatura de felicidad. Ben Sahar comenta la creencia bastante común de que “una vida feliz se compone de un interminable flujo de emociones positivas y que una persona que experimente envidia o rabia, decepción o tristeza, miedo o ansiedad no puede ser realmente feliz. Aunque en realidad los únicos que no experimentan estos sentimientos negativos son los psicópatas. Y los muertos”.
“Dentro de la felicidad caben sentimientos difíciles, duros, incómodos”, porque “para disfrutar del placer hay, en cierta forma, que renunciar a él”
Por si no nos damos por enterados, Daniel Cid echa más leña al fuego. “Esa forma de estar en el mundo, en la que todos nuestros deseos son satisfechos, y en la que podemos siempre evitar el dolor, no existe”, afirma, impertérrito. “Dentro de la felicidad caben sentimientos difíciles, duros, incómodos”, añade. Porque ―y esto ya es el colmo― “para disfrutar del placer hay, en cierta forma, que renunciar a él”.
Por supuesto, Reflexiones de una mente adicta es mucho más que estos pasajes enlazados con fórceps que no tienen otra intención que importunar al autor y fastidiarle la meditación, igual que él nos fastidia nuestra infeliz ignorancia. Reflexiones de una mente adicta es un libro complejo, que vincula ideas fundamentales sobre el ser humano, debatidas por pensadores de todos los tiempos, con fascinantes hallazgos de la neurociencia; pero, al mismo tiempo, liviano, porque se lee con agrado (aunque, lo siento, Bart Simpson, se aprende). Es un libro iluminador, que bucea en nuestro interior y pone al descubierto misteriosos mecanismos de nuestras emociones y deseos; pero también oscuro, pues sitúa ante el espejo a perfectos desconocidos que somos nosotros mismos. Es un libro sincero, donde el autor desnuda su alma y muestra su introversión y su timidez, su personalidad obsesiva, su baja autoestima; pero al mismo tiempo divertido y sarcástico, porque sabe reírse de sí mismo y de sus debilidades, que, si nos paramos a pensarlo, acaso sean las nuestras (¿se ríe de nosotros?). Es un libro ingenuo y sabio, descarnado y esperanzador. Es un gran libro de pocas palabras.
Parafraseando a Borges, leer un buen libro como Reflexiones de una mente adicta es una de las formas de la felicidad.
Podría terminar aquí, pero no quisiera irme sin citar a mi epigramatista de referencia, el inigualable Oscar Wilde: “Algunos causan felicidad dondequiera que vayan; los demás, cada vez que se van”.
Reflexiones de una mente adicta
Daniel Cid
Ediciones en papel y digital, 190 páginas
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