Cita a las Diez

‘Escríbeme una foto’ | Del taller literario a la literatura

Hay dos cosas en Escríbeme una foto de las que tengo que hablar, pero no puedo hacerlo como me gustaría porque si lo hago destriparía buena parte del argumento. Lo dejo un momento, a ver si mientras tanto se me ocurre cómo evitar los spoilers.

La novela del amigo David Torrejón, con su cachondeo soterrado a costa de sus semejantes ―los seres humanos en general y los escritores en ciernes en particular, pero me da que también los lectores―, nos transporta de entrada a cuatro mundos unidos por una intrigante foto de los años sesenta que el profesor de un taller literario rescata de una tienda de antigüedades. Los mundos son los de los relatos que escriben el maestro y tres de sus discípulos. Más adelante aparece otro cuento relacionado con la misma imagen. Y antes de este se menciona un quinto, calificado como “un texto magnífico”. Y hay un sexto, la historia de fondo que ensambla en dos partes las cuatro o cinco partes citadas, revelada en primera persona por el profesor al principio y al final.

Torrejón nos transporta de entrada a cuatro mundos unidos por una intrigante foto de los años sesenta que el narrador rescata de una tienda de antigüedades

Ahora que he releído lo anterior veo que, dicho así, parece complicado. Pero no, en el libro no se nota.

El relato más extenso es el del profesor, que se luce con otra narración en primera persona, pero las ficciones de los discípulos no desmerecen, a pesar de su brevedad y de haber salido de la pluma de unos aprendices con estilos, ideas y capacidades literarias bien diferentes. Espero que el autor de Escríbeme una foto les pague la parte proporcional de los derechos del ídem.

Portada de la novela de David Torrejón ‘Escríbeme una foto’ (Ediciones de La Discreta, 2014).

Me encandiló el cuento de la fantástica bailarina, pero nunca desfallece la sinopsis pasional que tanto nos revela de su luciferina y sugerente creadora ―un proposal que podría dar lugar, sin demasiado esfuerzo, a un best seller, aunque se ve que el autor madrileño le cede esta tarea a otro tipo de firmantes, dispuestos a vender su alma literaria por un puñado de dólares―. Mis preferencias genéticas se decantan, no obstante, por el intenso cuento policial que firma Manuel Molina, con sus xerocopias, sus paisajes californianos, su viejo detective solitario y todo lo que debe engrasar una ficción de este tipo: ritmo, deducciones, sorpresas, diálogos cortantes, crímenes, personajes de una pieza pero con varias caras, principio y final.

El relato de Luis Almansa, el profesor, también es deudor de la novela negra, pero más reposado, aunque su autor lo inscribe en el campo de la investigación periodística. Porque Almansa, en lugar de dar rienda suelta a la imaginación, se vale de un hallazgo que oculta a los alumnos: en el reverso de la instantánea en blanco y negro, que retrata a tres niños y un perro, encuentra un sello de fotógrafo, y a partir de esa huella principia una serie de indagaciones detectivescas con el fin de escribir “la historia verdadera”. Una historia que, como se verá, ninguno de los protagonistas supervivientes conocía en su integridad.

Pero Almansa, cuya existencia era hasta entonces aburrida y monótona, no se limita a averiguar lo que les sucedió a los personajes de la foto, sino que se implica en sus pesquisas arrastrado por las emociones, y corre riesgos, y acaba descubriendo turbadoras facetas de su (nuestra) personalidad que nunca hubiera imaginado. La realidad supera, una vez más, a la ficción.

El profesor deja una vida monótona al implicarse en sus pesquisas, y descubre oscuras facetas de nuestra personalidad que nunca hubiéramos imaginado

Ahora iré con aquellas dos cosas. Aunque antes explicaré algo que me pasa de vez en cuando con películas, y menos con obras de teatro o con libros. Termino de verlas con una idea, pero en las horas y días siguientes regresan a mi cabeza escenas, frases, ecos de los que no fui consciente en su momento, pero que ahí están, reverberando, resonando, conformando una obra redonda.

Imagen del escritor madrileño David Torrejón (1958), autor de ‘Escríbeme una foto’.
David Torrejón

1) Como queda dicho, con el paso del tiempo y de los acontecimientos en los que se involucra, la personalidad del profesor va evolucionando hasta una escena culminante que sorprende en un principio, pero luego, si se piensa, no resulta extraña ―y eso es lo extraño―.

2) Si la escena anterior puede inducirnos a revisar lo leído para comprobar su lógica interna, hay otra escena, en apariencia trivial, en la que sin darnos cuenta nos vemos forzados a ello. Solo diré que tiene relación con la foto y con las quejas de los alumnos ante el profesor por su ventajismo, al ocultarles la información del sello. Es un momento mágico; por eso le reprocho al autor que no haya mantenido la ambigüedad.

Claro que, entonces, los lectores listillos no podríamos disfrutar de un final redondo ―en línea recta con el comienzo―.

A.S. LORENZO


Escríbeme una foto
David Torrejón
Ediciones de La Discreta, 281 páginas

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