“Había una ligereza en mi andar, un brillo en mis ojos y una perfección en mi peinado que me llevaron a pensar que vivía en un mundo estupendo”

“Había una ligereza en mi andar, un brillo en mis ojos y una perfección en mi peinado que me llevaron a pensar que vivía en un mundo estupendo”

La frase está al comienzo del primer capítulo de la primera novela del escritor estadounidense Dennis Lehane, Un trago antes de la guerra (1994). Luego resulta que no, que, como nos sigue contando el protagonista, el detective Patrick Kenzie, no vive en un mundo estupendo, ni mucho menos. Pero se lo toma muy bien.

Foto del escritor estadounidense Dennis Lehane (1965), autor de ‘Un trago antes de la guerra’.
Dennis Lehane

El trago antes de la guerra ―entre bandas callejeras― se lo ventilan, pasada la mitad la novela, el detective Kenzie y su socia, Angie Gennaro, junto al policía Devin Amronklin en un bar irlandés para blancos situado en un barrio negro de Boston. Eran las once de la mañana de un domingo, y los parroquianos “ya le estaban dando al whisky barato y a la cerveza fría mientras seguían atentamente un vídeo del partido de Nochevieja entre el Notre Dame y el Colorado”.

Cuando entramos, nos miraron lo suficiente como para comprobar que éramos blancos y volvieron a sus asuntos. Uno de ellos estaba de rodillas sobre la barra, señalando la pantalla y contando a los jugadores.
―Mirad ―decía―. Ocho tíos solo en la defensa. Ocho putos tíos. A ver qué hacen los del Notre Dame.
El barman era un vejestorio con algunas cicatrices menos que Devin en la cara. Tenía uno de esos rostros aburridos y opacos propios de alguien que ha visto de todo y al que todo se la suda. Se plantó ante Devin y le dedicó un cansado arqueo de ceja.
―Hola, sargento, ¿qué puedo hacer por usted?
―Mierda, mierda, mierda ―decía alguien junto al televisor―. Cuéntalos otra vez.
Otro parroquiano le puso en su sitio:
―Que te den por culo con lo de que los cuente otra vez. Cuéntalos tú.
Habló Devin:
―¿De qué va la discusión intelectual del extremo de la barra?
El barman limpió la zona del mostrador ante la que nos estábamos sentando.
―Roy, el tío de la barra, dice que Notre Dame es el mejor equipo de los dos porque tiene menos negros. Así que los están contando.
―Oye, Roy ―berreó alguien―. El puto quarterback es un negrata. ¿Qué me dices ahora del poderío irlandés?
Dijo Angie:
―Si no estuviera tan acostumbrada a esto, creo que me avergonzaría.
Apuntó Devin:
―La verdad es que podríamos matarlos a todos y hasta nos darían una medalla.
―¿Para qué malgastar munición? ―dije yo.

“Nunca pensarán de otra manera, así que o los matas o los dejas en paz”

El barman seguía ahí plantado. Devin le dijo:
―Oh, perdona, Tommy. Tres cervezas y un chupito.
Alguien que no le conociera podría haber llegado a la conclusión de que había pedido para todos, pero conmigo no coló:
―Una cerveza para mí.
―Y otra para mí ―añadió Angie.
Devin le dio unos golpecitos contra la muñeca a un paquete de cigarrillos por estrenar y luego le arrancó el envoltorio. Cogió uno y nos ofreció. Angie se sirvió. Yo me resistí. Con dificultad, como siempre.
En el otro extremo de la barra, Roy ―con el pecho blanco y peludo asomándole por una sudorosa camiseta― estaba dando golpecitos con el dedo al televisor como si enviara un mensaje en morse desde un barco a medio hundir.
―Un negrata, dos, tres, cuatro, cinco…, seis, uno más y hacen siete, ocho, nueve. Nueve y solo en la ofensiva. Vaya mierda de equipo. Todo lleno de negros.
Alguien se rio. Ese tipo de gente abunda.
―No entiendo cómo esos capullos siguen vivos en el barrio ―dije.
Devin le echó un vistazo al expositor de los huevos duros.
―Tengo una teoría al respecto.
Tommy le puso delante las tres cervezas, con el chupito al lado, y fue a buscar las nuestras. El whisky le desapareció garganta abajo antes de que me diera tiempo a ver cómo lo cogía. Acto seguido, Devin agarró una de las heladas jarras y se tragó la mitad antes de volver a hablar.
―Bien fría ―dijo―. Mi teoría es la siguiente. Con gente así, tienes dos opciones: o los matas o los dejas en paz porque, total, nunca conseguirás que piensen de otra manera. Supongo que los del barrio se habrán cansado de cargárselos.

“El hombre que no le es fiel a su bar, tampoco le será fiel a su mujer”

Se zampó el resto de su primera cerveza. Le quedaba medio cigarrillo por fumar y ya se había pulido dos de sus cuatro consumiciones.
Siempre que intento seguirle el ritmo a Devin en un bar, acabo sintiéndome como un utilitario con una rueda pinchada tratando de alcanzar a un Porsche.
Tommy nos puso las cervezas delante a Angie y a mí, y le sirvió otro chupito a Devin.
―Mi padre solía venir a este bar ―dijo Angie.
Mientras yo parpadeaba, Devin se ventiló el segundo trago.
―¿Por qué dejó de hacerlo? ―preguntó.
―Porque se murió.
Devin asintió:
―Un buen motivo. ―Empezó con su segunda jarra de cerveza―. ¿Y tu viejo, Kenzie, el bombero heroico, frecuentaba sitios así?
Negué con la cabeza.
―Él la pillaba en el Vaughn’s de la avenida Dot. Solo iba allí. Le gustaba decir: «El hombre que no le es fiel a su bar, tampoco le será fiel a su mujer».
―Todo un señor, su padre ―dijo Angie.

Portada de ‘Un trago antes de la guerra’ (1994), del escritor estadounidense Dennis Lehane, en RBA.[…] Tronó una voz al otro extremo de la barra:
―¡Joder, cómo corre el puto negro!
Intervino Roy:
―Claro que corre, borrico. Lleva huyendo de la policía desde que tenía dos años. Seguro que cree que lo que lleva debajo del brazo no es una pelota, sino una radio robada.
Carcajadas entre la chusma. Cuánto ingenio suelto.

Y qué habilidad para sumergirnos con humor en un mundo violento y atroz. Después de Un trago antes de la guerra, traducida por Ramón de España, Dennis Lehane (1965) ha firmado otras cinco obras con Kenzie y Gennaro, y alguna cosilla más como Mystic River o Shutter Island, o tres guiones de la serie The Wire. Casi todo del género negro, del que opinaba así en una entrevista de Patricia Puentes en Fuera de Series:

El motivo por el que creo que escribo estas historias de género negro es porque el noir no deja de ser la tragedia de la clase trabajadora. La diferencia entre el género negro y Shakespeare es la altura desde donde caen los personajes. Un rey cae desde lo más alto. En el género negro el héroe se cae desde el bordillo. No es una gran caída, pero es igual de dolorosa.

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