Para no dar lugar a equívocos, aclaro ya que la frase es del protagonista de Escobar, el patrón del mal, el narco colombiano calificado por la agencia antidroga estadounidense (DEA) como el mayor criminal de la historia.
El libretista Juan Camilo Ferrand escribió en solitario la serie durante tres años por encargo de la colombiana Caracol Televisión, que la estrenó en 2012 (se puede ver en 113 episodios de media hora), tres años antes que Narcos, de Netflix. Sus principales fuentes fueron el libro La parábola de Pablo, de Alonso Salazar, y testimonios directos de enemigos, amigos y familiares de víctimas de Pablo Emilio Escobar Gaviria (1949-1993). Con el Patrón del cartel de Medellín y otros personajes, la serie recurre a los nombres reales, mientras que los ficticios, a veces, casi lo son también (el sicario televisivo Marino se corresponde con Popeye, el senador corrupto Santorini con Santofimio, la familia mafiosa Motoa son los Ochoa, el narco el Mariachi es el Mexicano). Ferrand asegura que, en el guion, el 90% es verdad. Me lo creo. Si, como dice Andrés Parra, el asombroso actor que lo interpreta, Escobar era devoto de El Padrino, no es de extrañar que acuñase máximas como “la vida hay que vivirla irresponsablemente, pero con responsabilidad”, “si medio mundo me quiere matar, contratamos al otro medio mundo para que me defienda”, o “el día que haga algo malo, hágalo bien” (esta frase se la dice la madre cuando era niño, añadiendo: “no sea tan pendejo de dejarse pillar”). Y otras muchas sentencias que escribe el admirable y berraco Aaron Sorkin colombiano, algunas de ellas, lógicamente, de El Padrino (“mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos”).
Antes de llegar a la cita que titula esta entrada, cuando ya es un asesino múltiple, narco y multimillonario, Escobar se reúne con un congresista que, con el leitmotiv de que “el poder vale más que la plata”, lo convence de que se meta en política. Pero la opinión de la gente más cercana no es muy favorable. Pedro Motoa, capo del cartel de Medellín, es el primero en utilizar un argumento que Escobar tendrá que oír más de una vez.
Motoa: Ese mundo de la política es un mundo muy corrupto. Los políticos son unos ladrones. Esos sí son bandidos de verdad, m’hijo.
Escobar: Ustedes no entienden ni la importancia ni la dimensión de esta oportunidad que se me está a mí dando. Señores, es que aquí no estamos hablando de meter 10 o 15 toneladas de cocaína hacia los Estados Unidos; aquí estamos hablando de meternos en el capitolio nacional, que es donde se crean las leyes de este país.
Motoa: ¿Y vos qué sabés de hacer leyes, hombre?
Escobar: Ellos tampoco, Pedro, ellos tampoco. Para eso contratan a practicantes universitarios, que los asesoran.
[Escobar le dice a Motoa que la liberación de su hermana, que había sido secuestrada por una guerrilla, solo fue posible gracias a un político que hizo tres llamadas, y no a su dinero ni a sus sicarios.]
Escobar: Ese es el verdadero poder político, Pedro.
Su socio y primo hermano, Gonzalo, le pide que deje “la huevonada de la política”.
Gonzalo: Vos sos un bandido, vos no sos un abogado, vos la única ley que conocés es la ley del más fuerte, hermano, y para eso no necesitás ser ni alcalde ni presidente ni parlamentario.
Escobar: Yo, desde el Congreso de la República de Colombia, estoy en capacidad de transformar el concepto que se tiene con respecto a la cocaína y hacerla una droga y un vicio apto para la sociedad, como hicieron los Estados Unidos con el tabaco y con el alcohol.
Gonzalo: Bájate de esa nube, hermano. Esa gente es muy avispada, te van a comer vivo, hermano. Esos son más bandidos que vos. Seguro.
Escobar: Sí, pero ¿a usted quién le dijo que yo voy a llegar al Congreso de la República para robarle al Estado? No tengo necesidad de hacer eso porque yo soy una persona rica. Yo no soy una persona corrupta, yo soy una persona decente […]
Ni siquiera su madre está de acuerdo.
Escobar: A mí sabe que me interesa el liderazgo y me preocupan muchísimo los derechos humanos de las personas.
Madre: Eso me parece muy bien. Lo que yo no veo es cómo vaya a hacer usted eso en el Congreso, porque es un nido de víboras, es una jauría, a usted no lo van a dejar allá, m’hijito.
“Haré de la cocaína un vicio apto para la sociedad, como el tabaco y el alcohol”
Mariachi, otro de los capos de su cartel, tampoco ve bien la aventura, y le recuerda que ya cuentan con una red de políticos y funcionarios corruptos que los sirven gracias a la estrategia de “¿plata o plomo?”. Pero Escobar, como otros memorables villanos de película (el Francis Underwood de The House of Cards, sin ir más lejos), está obnubilado por el poder que vislumbra.
Escobar: Señores, nosotros ya tenemos el poder económico: tenemos la obligación de ir tras el poder político.
Mariachi: Para eso ya les pasamos billeticos a alcaldes, gobernadores y hasta presidentes, y así no tenemos que dar la cara.
Escobar: Mariachi, entienda que es que a mí no me interesa deber favores a nadie ni depender de nadie. Yo quiero ser quien tome las decisiones. […] Entienda que es que nosotros vamos a tener la posibilidad de entrar a manejar el país a nuestro antojo, a acomodarlo a nuestra medida, vamos a poder manipular las leyes para llevarlas a nuestro favor. ¿Sabe eso como se llama? Eso se llama, señor, el poder absoluto, ¿no le suena?
Pablo Escobar, que se considera “la segunda persona más importante del mundo después del Papa”, desoye las advertencias y se mantiene firme en su decisión de escalar en la pirámide del poder. Y lo hace de una forma que sorprende a los políticos que lo tutelan: a través de los pobres. En una escena de la serie, ya metido en campaña, visita el basurero de Moravia, en el que viven y trabajan cientos de personas recogiendo desechos. El Patrón se acerca a uno de los moradores y conversa con él.
“Podremos manipular las leyes a nuestro favor. Eso se llama poder absoluto”
Escobar: El Estado, el Gobierno, las autoridades, ¿se asoman por aquí y les brindan a ustedes algún tipo de apoyo?
Interlocutor (se ríe): No, patrón, ¿cómo se le ocurre? ¿Usted se imagina a un político metido en un basurero de estos?
Escobar: Yo a usted le voy a ayudar.
Interlocutor: ¿En serio, patrón?
Escobar: Verá, yo puedo ser una persona tolerante con la pobreza, pero nunca con la miseria, delo por hecho.
Interlocutor: Dios lo bendiga, patroncito, la verdad es que todas estas familias se lo van a agradecer.
Escobar: Yo estoy seguro de eso, yo lo sé.
Más tarde, en una fiesta para gente adinerada, Escobar pasea con sus dos mentores políticos, Javier Ortiz y el senador Santorini.
Santorini: Pablo, esto está a un nivel estupendo, esta recepción es maravillosa. El arte de la política es hacer posible lo necesario, y en este momento lo necesario es hacer política de esta manera.
Ortiz: Hay que tirarle platica a las clases altas también, y ver cómo es que les vamos a poder ayudar.
[Santorini habla de unas familias influyentes que quieren que pasen unas vías por sus propiedades para que se revaloricen.]
Ortiz: Es que estamos en un nido de vampiros, pero hay que decirles a todos que sí. ¿Usted qué opina, Pablo?
Escobar: Hombre, Javier, sinceramente, a mí me parece que no tiene ningún sentido hacer más ricos a los ricos. Además, los ricos del mundo ya estamos completos, ya somos los que somos. Yo tengo pensada una estrategia muy diferente: hacer posible lo necesario, darle todo al que nada tiene. [Les cuenta su visita al basurero de Moravia.] Ustedes no se imaginan las condiciones en que viven estas pobres personas.
“Los ricos del mundo ya estamos completos, ya somos los que somos”
Ortiz: Entonces, ¿esos pobrecitos te van a financiar la campaña o qué, Pablo?
Escobar: Mira, Javier, nosotros, las personas humildes, somos muy agradecidas. Y yo sé que cuando estas personas reconozcan que fui yo quien tuvo el poder de convertirles la noche en día, esos votos los tenemos absolutamente garantizados.
Escobar cumple sus promesas y edifica un barrio para la gente del basurero ―dona los títulos de propiedad de las viviendas a las mujeres de las familias―. Y resulta elegido. Pero algunos congresistas y miembros del Gobierno no están cómodos con su presencia. Se publican informaciones que apuntan a su turbio pasado criminal y se empieza a rastrear el origen de su fortuna, hasta que pronto se ve obligado, contra su voluntad, a abandonar la política (“en mala hora me metí”). A partir de ese momento, el Patrón comienza una sangrienta y enloquecida espiral de crímenes. De un militar que le hace frente, le dice a su socio Gonzalo:
Ese es el tipo de personas que valen la pena. Por eso mismo toca matarlo.
Manda asesinar a políticos, policías, militares, jueces, periodistas, centenares de personas de toda condición, víctimas por cualquier motivo, por decenas de bombas indiscriminadas o por viajar en un avión que hace explotar para deshacerse de un candidato presidencial. Un miembro del sanguinario cartel de Cali lo tacha de psicópata.
Da la impresión de que Pablo Escobar no ceja en la estrategia del terror porque cree haber descubierto el camino del verdadero poder para una persona de su condición, un advenedizo que, partiendo de la nada, amasó una fortuna calculada en 20.000 millones de dólares o algo así de incalculable. O porque era un psicópata y disfrutaba asesinando. A Mariachi, después de matar a Guillermo Cano, director del periódico El Espectador, le dice:
Mariachi, le acabamos de demostrar a nuestra clase dirigente que, de seguir así, difícilmente ninguno de ellos se vuelve a morir de viejo en este país […] La muerte tiene que ser nuestro instrumento de poder.