El banquero anarquista es un cuento discursivo de Fernando Pessoa (1888-1935) en el que el personaje creado por el poeta portugués, impagable maestro de paradojas, razona que el anarquista que no es banquero ―o rico, en general― no es anarquista verdadero. Estamos, claro, ante una coña marinera ―“sátira dialéctica”, la llamó el autor― que, como suele pasar, ha sido tomada muy en serio desde que Pessoa se convirtió, tras su muerte, en uno de los escritores canónicos de la literatura universal.
El banquero del cuento define al anarquista como una persona que se subleva “contra la injusticia de que nazcamos desiguales socialmente”. Describía así, en 1922, la desigualdad, el gran tema de nuestros tiempos retrógrados:
¿Qué es lo que ve por el mundo? Uno nace hijo de un millonario, protegido desde la cuna contra aquellos infortunios, y no son pocos, que el dinero puede evitar o atenuar; otro nace miserable, para ser, cuando niño, una boca más en una familia donde las bocas resultan de sobra para la comida que puede haber.
La desigualdad no existiría sin “las convenciones y las ficciones sociales, que se sobreponen a las realidades naturales”: desde la familia al dinero, desde la religión al Estado.
La gente nace hombre o mujer: quiero decir, nace para ser, una vez adulta, hombre o mujer; no nace, en buena justicia natural, ni para ser marido ni para ser rico o pobre, como tampoco nace para ser católico o protestante, o portugués o inglés. Es todas esas cosas en virtud de las ficciones sociales. ¿Pero por qué esas ficciones sociales son malas? Porque son ficciones, porque no son naturales.
“Para librarse de la tiranía del dinero hay que adquirirlo en cantidad suficiente”
Estas comprensibles convicciones hicieron anarquista al personaje cuando era un joven obrero, ¿pero qué sombrías reflexiones lo indujeron a convertirse en banquero? “La más importante de las ficciones sociales”, le explica a un amigo, es el dinero, y la forma más inteligente de librarse de su tiranía consiste en “adquirirlo en cantidad suficiente”. De modo que, “en cuanta mayor cantidad lo adquiriese, tanto más libre estaría de esa influencia”. “Fue cuando vi esto claramente, con toda la fuerza de mi convicción de anarquista y toda mi lógica de hombre lúcido, que entré en la fase actual, la comercial y bancaria, mi amigo, de mi anarquismo”.
Las inferencias del banquero de Pessoa lo conducen a teorías alucinantes pero totalmente coherentes (como dijo el bardo inglés, hay una lógica en su locura, o, como él mismo dice, “el hombre lúcido tiene que examinar todas las objeciones posibles y refutarlas antes de poder considerarse seguro de su doctrina”). En la que sigue, ataca el altruismo tomando como referencia la igualdad intrínseca entre los seres humanos:
La misma lógica que me muestra que un hombre no nace para ser marido, o para ser portugués, o para ser rico o pobre, me muestra también que él no nace para ser solidario, que él no nace sino para ser él mismo, y en consecuencia lo contrario de altruista y solidario, y por lo tanto exclusivamente egoísta.
“El hombre nace para ser él mismo, para ser egoísta, no altruista y solidario”
O como esta otra, en la que ensalza el egoísmo porque respeta la libertad ajena y dignifica al prójimo.
Ayudar a alguien, mi amigo, es tomar a alguien por incapaz; si ese alguien no es incapaz, es o convertirlo en tal o suponerlo tal, y esto es, en el primer caso, una tiranía, y en el segundo, un desprecio. En un caso se cercena la libertad del otro; en el otro se parte, por lo menos inconscientemente, del principio de que el otro es despreciable e indigno o incapaz de libertad.
De modo que el banquero anarquista, consecuente con sus ideas, declara:
Yo nunca ayudé, ni ayudo, a nadie, porque eso, eso de disminuir la libertad ajena, va también contra mis principios.
Impecables razonamientos que, como contaba al principio, ya han sido sesudamente examinados por severos exégetas. Por aquello de aportar algo nuevo a los análisis, aunque sea antiguo, considero que las irrefutables creencias del banquero anarquista, que con tanto éxito han sido incorporadas a las prácticas financieras contemporáneas, se pueden rebatir con esta línea argumental de carácter religioso (y solo me atrevo a traerla a colación por el carácter a su vez canónico del libro del que proceden), revelada en la Historia de Abdula, el mendigo ciego, uno de los cuentos árabes de Las mil y una noches.
Haz buen uso de estas riquezas y recuerda que Dios, que te las ha dado, puede quitártelas si no socorres a los menesterosos, a quienes la misericordia divina deja en el desamparo para que los ricos ejerciten su caridad y merezcan, así, una recompensa mayor en el Paraíso.