¿Quién, salvo los malvados caseros, no siente simpatía por los comerciantes tradicionales que han tenido que cerrar sus pequeños negocios a causa de la inicua Ley de Arrendamientos Urbanos? Son tenderos y hosteleros que firmaron el alquiler hace más de treinta, y que pagaban unas rentas del orden de la tercera parte, sino menos, de lo que se paga ahora. Según la norma, esos contratos han dejado de valer. Hay quien asegura que los inquilinos de renta antigua hacían competencia desleal, pues el arrendamiento es clave en la estructura de costes de sus negocios, y que si no renovaron es porque no eran competitivos. Otros aducen que con estas leyes liberales los cascos históricos de las ciudades se van a convertir en “todo franquicias y chinos”, como expone un cartel en el escaparate de los Almacenes San Carlos, un local de lencería de la calle de Atocha, en Madrid. Dicen las clientas que allí atendían de maravilla, y que Rosa, la jefa, solía acertar con lo que cada una deseaba y no se molestaban en buscarle en los Women’Secret de turno. No lo dudo. Y aunque nunca he tenido el gusto de ser cliente, para mí, como paseante habitual de la zona, también ha sido un placer, Rosa. (Y no creo que sienta lo mismo cuando la franquicia o el chino que ocupe su lugar cierre ―porque vaticino que será mucho antes de los 84 años que ha estado abierto Almacenes San Carlos―. Bueno, seguro que llegado el caso tampoco pondrán un aviso tan entrañable como este: ¿se lo imaginan en el escaparate de un McDonald’s, o de un Oysho?).
17 DE FEBRERO DE 2015