Los hombres piensan en el futuro, viven para el futuro, consagran perpetuamente sus días actuales a los mañanas venideros. Todo hombre no vive más que para aquello que prevé, aguarda y espera. Toda su vida está hecha de manera que cada instante tiene valor para él solamente en cuanto él sabe que ese instante prepara un instante sucesivo, cada hora una hora que vendrá, cada día un día que seguirá. Toda su vida está hecha de sueños, de ideales, de proyectos, de expectativas; todo su presente está hecho de pensamientos en torno a su futuro. Todo lo que es, lo que está presente, nos parece oscuro, mezquino, insuficiente, inferior, y nosotros nos consolamos solamente pensando que todo este presente no es sino un prólogo, un largo y aburrido prólogo, a la hermosa novela del porvenir
Giovanni Papini
Giovanni Papini (1881-1956), muy recordado por ser el escritor al que Borges olvidó, es el autor de El espejo que huye, el discursivo cuento del que procede el pasaje citado. La idea que lo articula, que el genio argentino resumió como “la vida pensada como una insatisfecha e infinita serie de vísperas”, es antagónica del carpe diem que tan gozosamente describe Virginia Woolf en Un cuarto propio:
Qué buena parecía la vida, qué gratas sus recompensas, qué trivial esa queja o aquel rencor, cuán admirables la amistad y la sociedad de los semejantes, mientras al encender un buen cigarrillo uno se hundía entre los almohadones del asiento de la ventana.
Eso sí, la escritora británica hace esta reflexión después de dar cuenta de una buena comida (“uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si uno ha comido mal”). Entonces, ¿tal vez Papini comió mal antes de escribir lo que escribió? Quién sabe. Lo cierto es que su razonamiento, que data de 1906, se puede aplicar sin apenas cambios a la sociedad actual, según el escritor y columnista Javier Marías.
Ahora hay la abominable tendencia a considerar que solo cuenta el presente. O ni siquiera: lo venidero.
El presente ya es pasado; el presente ya es percibido como pasado. […] Parece como si las cosas, por el mero hecho de hacerse presentes, pasaran inmediatamente hacia el pasado.
El ilustre autor español pone como ejemplo a los futbolistas de la selección, que “han ganado dos Eurocopas y un Mundial seguidos”. “¿No basta? No, en este país estúpido, deshonesto, perezoso y desagradecido no basta. Aquí nunca nada es suficiente, ni siquiera lo que acaba de acontecer, que se ve ya como «pasado»”.
“Sin el espejo del futuro, la realidad actual parecería sucia, insignificante”
En Dos imágenes en un estanque, el relato que Borges recrearía en El otro, el escritor florentino enfoca el asunto desde la perspectiva de un hombre que se encuentra consigo mismo, pero siete años más joven. Después de vivir con él “algunos días de imprevista alegría”, comienza a sentir, al escucharlo, “un tedio inenarrable” que se transforma en “una especie de compasión despreciativa” y desemboca en la repugnancia y el odio.
Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía, ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora desprecio a aquel que despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre, han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un solo ser vivo. Después de mi yo presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoy a la de ayer. ¿Quién tendrá piedad de mí si yo no la tengo para mí mismo?
En El espejo que huye, que a mi juicio Papini escribió en varias tandas ―después de distintos papeos, de contrapuestos efectos metafísicos―, el narrador le dice a su interlocutor, el Hombre que No Conoce, que imagine a los seres humanos “si de pronto se les dijese que dentro de una hora todos morirán”.
Todo lo que hacen y lo que hicieron no tendría para ellos ningún placer, ni sabor y valor algunos. Sin el espejo del futuro, la realidad actual parecería torpe, sucia, insignificante. Sin el mañana que permite esperar los desquites, las victorias, las ascensiones, las promociones y los aumentos, las conquistas y los olvidos, los hombres no consentirían más en seguir viviendo. Sin el lejano perfume del mañana no querrían comer el negro pan del hoy.
¿Qué pensarán estos hombres?, se pregunta. Y se responde:
Pensarán que todo el presente era sacrificado por ellos en pos de un futuro, que a su vez se volvería presente y sería sacrificado a su vez por otro futuro y así hasta el último presente, hasta la muerte. Todo el valor del hoy estaba en el mañana y el mañana valía solamente por otro mañana, y así llegaba el último hoy, el hoy definitivo, y así la vida entera había transcurrido para preparar de día en día, de hora en hora, de momento en momento lo que no llega nunca.
“La vida entera había transcurrido para preparar lo que no llega nunca”
Giovanni Papini remata la historia con un texto que tiene toda la pinta de haber sido escrito después de una buena comida ―aunque no tan excelsa como la de Virginia Woolf―:
Y ellos descubrirán esta tremenda cosa: que el futuro no existe como futuro, que el futuro no es más que una creación y una parte del presente, y que soportar la vida inquieta, la vida triste, la vida doliente por este futuro que de día en día huye y se aleja es la más dolorosa necedad de esta estúpida vida.