“Arrojó la ceniza del cigarrillo al suelo. Alguien la recogería después”

“Arrojó la ceniza del cigarrillo al suelo. Alguien la recogería después”

Basura apilada junto a unos contenedores en Madrid.

Una cosa que no deja de sorprenderme cuando regreso a Madrid desde cualquier otra ciudad, grande o pequeña, es la suciedad de sus aceras. Viene uno un poco perdido después del viaje y, al primer paseo, zas, la omnipresente mugre le advierte de que ya está aquí, en la capital del reino. Al revés no me pasa, cuando llego a otra localidad nunca pienso en lo limpia que está por muy limpia que esté.

Portada de ‘Regalo de la casa’ (1986), de Juan Madrid, en Alfaguara.Y eso que por mi calle, doctor Fourquet, circula de vez en cuando un camión equipado para regar la calzada con chorros de agua. En efecto, la calzada, esto es, la parte destinada a los coches, no las aceras que utilizamos mayormente los peatones. Con este mecanismo se consigue que la porquería acumulada bajo los vehículos aparcados se disperse hacia las aceras, donde encuentra la compañía de la que allí se ha ido depositando en los últimos días o semanas. Una curiosa técnica de limpieza a la que no le encontraba explicación hasta que leí una información firmada por Elisa Silió en El País, con motivo del primer aniversario del “contrato integral de limpiezas” de la capital, adjudicado a OHL, FCC, Ferrovial y Sacyr, que desde entonces han recortado un 12% la plantilla de barrenderos y jardineros.

Dice Juan Carlos del Río, responsable de Limpieza de UGT Madrid: “Multan a las contratas si no mojan equis metros cuadrados de superficie. Y lo que hacen es echar agua, pero no baldean como antes”.

Misterio resuelto.

Pero ese no es el único motivo, a juicio de un extranjero que vive en Lavapiés, el historiador irlandés Ian Gibson. En una entrevista de Juan Cruz publicada en el mismo diario, donde afirma que “Lavapiés es la capital del mundo”, Gibson responde a una pregunta sobre la inmundicia que engalana el barrio:

Foto del historiador irlandés Ian Gibson (1939) / Landahlauts.
Ian Gibson

Respuesta. Yo soy puritano, metodista, y por tanto protestante. Y no creo que el problema sea por falta de basureros. El problema es el madrileño, al que el espacio público le importa poco. Dejan las colillas en el suelo, los papeles… Laín Entralgo me dijo una vez que jamás había visto a un español recoger un papel del suelo.
Pregunta. Y eso pasa también en Lavapiés, donde hay también tanto extranjero…
R. Eso se contagia. Aquí, en Lavapiés, una casa sin portero es un desastre porque ningún vecino limpia su trozo de acera. Él no se siente responsable… En la escalera de mi casa veo a veces manchas de aceite, colillas, y yo me siento como un gilipollas recogiendo toda la basura que van dejando en el ascensor. Soy el guiri que recoge. Hace falta ciudadanía, algo que los padres deben enseñar a los hijos. Pero si los padres son descuidados, qué van a enseñarle a los muchachos…

“Laín Entralgo me dijo que jamás vio a un español recoger un papel del suelo”

P. Parece mentira, pero la basura está en el horno de la democracia…
R. Lo está. El descuido es antidemocrático. La democracia hay que aprenderla, como a lavarse los dientes. Nací en un lugar donde la calle es de la gente. Fernando de los Ríos decía que había que ir a la ética por la estética, esa era la base de su educación republicana. Esta acera llena de mierda convoca a una reflexión: ¿cómo es posible que en un país que tanto la necesita se haya suprimido la asignatura de Educación para la Ciudadanía?

No se me olvida. La cita que da pie a esta entrada figura en el capítulo 18 de Regalo de la casa (1986), estupenda novela negra del escritor malagueño Juan Madrid. Es la tercera narración de Madrid que protagoniza Antonio Carpintero ―él prefiere que le llamen Toni Romano―, un expolicía y exboxeador desprendido y honrado a más no poder.

28 DE JULIO DE 2014

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