“Nunca he envidiado a nadie. Estoy demasiado ocupada pensando en mí”

“Nunca he envidiado a nadie. Estoy demasiado ocupada pensando en mí”

Fotograma de la actriz, cantante, guionista y dramaturga estadounidense Mae West (1893-1980).
Mae West (1893-1980)

Tenía vagas referencias de Mae West como autora de frases provocativas y mordaces del estilo de: “Solo me gustan dos tipos de hombres: los nacionales y los importados”; “Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mucho mejor”; “Las chicas buenas van al cielo, las malas a todas partes”; o, una de mis preferidas: “¿Tienes una pistola en el bolsillo o es que te alegras de verme?”. Pero desde que leí el capítulo que se le dedica en Las grandes entrevistas de la historia me he vuelto un admirador de la actriz, cantante, dramaturga y genial humorista estadounidense (1893-1980).

La entrevista, firmada por la periodista Charlotte Chandler, refleja el pensamiento de una Mae West ochentañera, pero tan sabia y segura de sí misma como cuando debutó en el teatro, a la edad de ocho años. “Cuando tenía ocho años ya veía cosas que se podían mejorar. A veces añadía líneas por mi cuenta. Siempre me salía con la mía. Añadía cosas nuevas a mi número para mantener mi propio interés. Si no lo conservas, se nota”.

En apenas cuarenta páginas, West, ingeniosa y sarcástica, pero también amable y cariñosa con la excelente entrevistadora, se explaya a gusto sobre sus temas favoritos, que no son otros que los que consiguen que mantenga su propio interés.

1. El sexo: su primer gran éxito

―¿Recuerda la primera vez que pensó en el sexo?
―No recuerdo haber dejado de pensar en él nunca.

Su primer gran éxito en Broadway como autora, productora, directora y protagonista fue Sex (1926), un título demasiado explícito para la timorata moral de la época. Por eso lo eligió. “Yo nunca he sido corriente en nada. Tuve que ir a juicio por mi espectáculo Sex. Me dijeron que podía pagar la multa, pero decidí que sería más interesante ir a la cárcel. Siempre me han fascinado las prisiones y los manicomios”. La escritora neoyorquina contaba con que el escándalo y su estancia de diez días en prisión, a la que llegó en una limusina llena de rosas, lanzarían la obra pese a que ningún periódico aceptó anunciarla, precisamente por su título. Porque Mae West no tenía ninguna duda de que perdería el juicio: al fin y al cabo era “un caso de doce hombres contra una mujer”.

‘Sex’, el título de su primer éxito, era demasiado explícito para la época. Por eso lo eligió

Sin embargo, aunque su nombre se asocia al erotismo y al sexo ―porque ella así lo quiso―, parece ser que nunca se desnudó en la pantalla. Es más, le incomoda hablar abiertamente de su vida íntima, como era normal en 1978, el año de la entrevista. “Vivimos tiempos vulgares. Yo no discutiría mi vida sexual ni con mi hermana. No sería apropiado”. Una paradoja que explica así: “Ahora se recurre a la desnudez y los tacos para que ocupen el lugar de una buena historia y unos personajes como Dios manda. Yo no tenía que quitarme la ropa. Los hombres se imaginaban lo que había debajo”. O, dicho de otra manera: “Los espectadores han seguido pidiéndome más porque nunca les di demasiado. Siempre les he dejado con ganas”.

2. Los hombres: esos seres tan simples

En sus espectáculos y en su vida, West suele aparecer rodeada de tipos musculosos. Cuando falleció, a los 87 años, dos años después de la entrevista con Chandler, convivía con Paul Novak, un exculturista tres décadas más joven que ella.

Siempre les he gustado a los hombres porque era distinta a las demás mujeres que habían conocido. Lo gracioso era que cuando un hombre me cortejaba se empeñaba en ponerme un anillo de diamantes en el dedo, y en cuanto me tenía quería ponerme un delantal alrededor de la cintura. Yo no quería grilletes de diamantes. Tenía que pensar en mi carrera y, si un hombre quería que fuera distinta a lo que era, no me interesaba.

En su autobiografía Goodness had nothing to do with it se considera la primera mujer liberada, que trató a los hombres como iguales ―si no inferiores―. Al final de la película No soy un ángel (1933), cuando Cary Grant le pregunta: “¿Qué estás pensando?”, ella le responde: “Lo mismo que tú”.

Pero aunque se piense lo mismo sobre el mismo asunto y al mismo tiempo que otra persona, eso no implica que se actúe de la misma forma. “Cuando los hombres perciben que una mujer está dispuesta a tener relaciones sexuales, están listos inmediatamente. En ese aspecto, ellos son más simples que las mujeres. Es el modo en que están hechos; no son nada complicados. Cuando venían hombres a verme, tenía que empezar por calmarles un poco”.

“Los espectadores me piden más porque nunca les doy demasiado. Siempre los dejo con ganas”

Siempre con mucho tacto, eso sí, porque si bien “el sexo puede ser divertido, los varones se lo toman muy en serio”. “Lo peor que puedes hacerle a un hombre es reírte de él”, dice la creadora de Diamond Lil al tiempo que le explica a la entrevistadora que un arma para controlar a esos seres tan simples, a los que les gusta que “les enseñes una o dos cosas”, es aparentar que se los escucha: “¿Sabes una cosa, querida? Hay una cosa en ti que debe de encantar a los hombres. ¡Eres fabulosa escuchando!”.

Ahora bien, West no solo valora a los hombres por su utilidad en el plano sexual; también aprecia su fortaleza. Hasta cierto punto:

No hay nada mejor que el hombro de un hombre para apoyarse en él, pero no hay que apoyarse con demasiada fuerza.

3. Parejas: ni engañar ni engañarse

Sin engaños ni autoengaños y con independencia. Son las reglas básicas de West para la vida en pareja, fuera de los escenarios.

El autoengaño, además de no ser divertido, causa problemas estéticos. “Estar con el hombre equivocado no es más que un mal hábito. Cuando te libras de él, no hay que perder el tiempo haciendo pucheros. Si te dedicas a hacer pucheros, las comisuras de la boca descienden y te salen arrugas. No hay hombre en el mundo que merezca que te salgan arrugas”.

La independencia nos permite, entre otras cosas, mantener nuestra privacidad. “Deberíamos saberlo todo acerca de nosotros mismos, pero es mejor no conocerlo todo sobre la pareja”, dice la autora de Sex.

“Deberíamos saberlo todo de nosotros mismos, pero es mejor no conocerlo todo sobre la pareja”

Y el engaño es innecesario porque hay hombres para dar y tomar, y ninguno es especial: “Tengo un código: nada de alcohol, nada de tabaco y nada de hombres casados. Hay hombres más que de sobra. Nunca necesité quitarle el hombre a otra mujer, ni siquiera en una obra de teatro. Las mujeres se dicen a sí mismas que solo desean a un hombre en el mundo. En realidad, todos los hombres son iguales”.

4. El dinero: bueno para el cutis

Mae West ganó montones de dinero con su trabajo y lo invirtió con sensatez, pero nunca escatimó gastos para conseguir lo que deseaba. Cuando ya disponía de una fortuna considerable, entabló una relación con Gorilla Jones, campeón de boxeo. Los estatutos del edificio donde vivía prohibían la entrada a los negros, como él, así que compró el edificio.

Mucho antes, al principio de su carrera, se hizo con un sombrero carísimo que nunca olvidaría.

Recuerdo ese sombrero como si lo estuviera viendo, como el día que lo tuve en mis manos en aquella sombrerería. Tenía un ala levantada, para dejar al descubierto el cabello. El toque definitivo era la pluma, la mayor pluma de avestruz que puedas imaginarte. El sombrero costaba ochenta y cinco dólares, lo que por aquel entonces era mucho dinero. Nunca había visto un sombrero tan caro, pero supe que tenía que comprárselo a mi madre. No lo dudé ni un instante. Lo habría comprado costara lo que costara. Me lo llevé a casa, y no fui capaz de esperar una ocasión especial. Entré a toda prisa y se lo di. Ella tampoco fue capaz de esperar. Se lo puso inmediatamente y se lo dejó puesto mucho tiempo. No quería quitárselo por nada del mundo. Estaba encantada con él, como yo sabía que ocurriría. La expresión de placer de su cara no tenía precio. Para eso es para lo que sirve el dinero, para comprarle felicidad a alguien a quien amas. Eso significó para mí más que cualquier diamante.

Ese es el auténtico valor del dinero, repite West mientras abarca con la mirada el lujoso salón del piso donde tiene lugar la entrevista con Charlotte Chandler. “Esta habitación me hace sentir rica. Siempre me ha gustado estar rodeada de cosas bonitas. El dinero sirve para eso. […] Si tienes dinero, no tienes que preocuparte por él, y la preocupación es mala para el cutis”.

5. La mente: la clave del poder y de la felicidad

El triunfo de la actriz como símbolo sexual no se basó solo en su físico, sino en otros atributos como su inteligencia. Una inteligencia de la que era muy consciente, por eso evitaba cuidadosamente que se notara. “Tener cerebro es importante, si sabes ocultarlo”, dice. “Los hombres piensan que una chica con buena figura es mejor que una con buen seso. Pero si tienes un buen cerebro en la reserva, la gente no puede utilizarte”. Más aún, un buen uso de la materia gris espanta la desdicha.

La imaginación puede hacerte más feliz. La gente no tiene por qué usar la mente para torturarse. Creo que hay que cuidar la mente tanto como el cuerpo. Igual que se pone uno aceite en el cuerpo y toma baños de espuma para mantenerlo suave y en buen estado, debe hacer lo posible por no saturar su mente con pensamientos negativos y malas noticias.

Para Mae West el poder de la mente es tal que puede convertir la felicidad en una costumbre. “No creo en la depresión. ¡Fuera con ella! Hay que reemplazar un mal pensamiento con uno bueno. La felicidad es un hábito, un buen hábito”. “La gente no comprende el poder de esto [se toca la frente]. Está todo aquí. Todo el mundo pierde el tiempo pensando en lo que tienen los demás en la cabeza. Con la que tienes que vivir es con la tuya”.

6. El trabajo: su único vicio

No solo fue su inteligencia la que la convirtió en diva del espectáculo. Tenía una enorme capacidad de trabajo. No iba a restaurantes ni participaba en las fiestas del gremio porque ni fumaba ni bebía, y prefería dedicarse a escribir por las noches. Como actriz, ensayaba una y otra vez hasta que se sentía satisfecha de su representación, una costumbre que adquirió muy joven. “Cuando yo era pequeña, me miraba al espejo mientras comía para asegurarme de que lo hacía bien”. Ni siquiera se relajaba en los rodajes, aunque se pudieran repetir las tomas a diferencia de los vodeviles donde empezó:

Mae West y Cary Grant en ‘No soy un ángel’ (1933).
Mae West y Cary Grant en “No soy ningún ángel” (1933).

Durante el rodaje de una película me pasaba todo el tiempo de pie, de seis a siete horas al día, para no arrugarme el vestido. Incluso comía de pie. Me preguntaban: «Mae, ¿no te cansas?». No me permitía a mí misma sentirme cansada. Me decía: «¿Quieres estar preciosa para tu público, que es lo que espera de ti, o prefieres sentarte?». No tenía opción.

Como apenas medía metro cincuenta, usaba “largos vestidos o pantalones campana diseñados para ocultar sus zapatos como zancos”, cuenta su biógrafa. “Llevaba los tacones más altos que jamás haya visto; parecían más altos que largos los zapatos. Solo mirarlos hacía que me dolieran los pies. […] Eran tan pesados que le resultaba francamente difícil levantarse de un asiento. Le pregunté a Mae cómo pensaba que les iría a los hombres si tuvieran que pasarse la vida usando calzado de tacón alto. «No lo conseguirían ―respondió―. Se extinguirían»”.

7. Su tema favorito: Mae West

―¿Qué intérpretes le influyeron al comienzo de su carrera?
―Nadie me influyó jamás. Siempre he sido yo misma.

El egocentrismo del que hace gala Mae West se traduce paradójicamente en una actitud muy poco egoísta ante los demás (“Nunca he tenido envidia de nadie en mi vida. He estado demasiado ocupada pensando en mí”), pero muy exigente consigo misma. No solo cuando actúa (“No es lo que hago, sino cómo lo hago; no es lo que digo, sino cómo lo digo, y cómo me veo cuando lo hago y lo digo”). Porque “la gente te juzga por el valor que tú misma te das tanto en el mundo del espectáculo como en el sexo o en la vida”.

Como condición para seducir a los demás, la creadora neoyorquina transmuta el aforismo griego “conócete a ti misma” en “sedúcete a ti misma”. Y para lograrlo hay que esforzarse, hay que estar siempre alerta, no se puede bajar la guardia. Charlotte Chandler relata que le costó conseguir la entrevista porque Mae West era reacia a recibir visitas debido al tiempo que tenía que dedicarle a su pelo, su maquillaje y su ropa para darse el visto bueno. “Yo le había costado tres horas, como se encargó de repetirme más de una vez, pero habría empleado el doble si hubiera sido un hombre”, dice la periodista que tan bien sabía escuchar, y cuenta esta reveladora anécdota de la entrevista:

“Hay hombres de sobra. Nunca necesité quitarle el hombre a otra mujer, ni siquiera en el teatro”

“De repente percibí un curioso sonido, algo como el batir de alas de aves pequeñas. Intentando no dar la impresión de que no estaba prestando atención a lo que ella decía, no pude resistir la tentación de mirar a mi alrededor. Pero no vi ninguna jaula para pájaros. El sonido se repetía a intervalos frecuentes. Solo cuando Mae llevaba ya un rato hablando me di cuenta de que era el sonido de sus pestañas falsas, abundantes y densamente cubiertas de rímel, cuando rozaban sus mejillas cada vez que parpadeaba”.

Si bien a Mae West le preocupa cómo la juzgan los demás, lo que realmente le obsesiona es cómo se juzga ella a sí misma. Y lleva esa obsesión hasta el límite, cuando nadie la observa:

No puedes permitirte no estar guapa cuando estás sola o acabas estando siempre sola […]. Solo conservo las mejores fotografías que me han sacado, ¿sabes? Una debe conservar siempre en la memoria su mejor imagen. Hay que tener magníficas fotografías de una alrededor para poder mirarlas. Las demás se tiran. Cuando no estás en tu mejor momento, ni siquiera debes mirarte al espejo. Debes ponerte tu mejor bata y todo el maquillaje, y si no te gusta como tienes el pelo debes usar una peluca. Si una no piensa que está maravillosa, ¿por qué iba a pensarlo nadie?

8. Escritura: el arte de interesarse a sí misma

Esta filosofía también la aplica a su trabajo de escritora, en el que, como decía al principio, buscaba despertar su propio interés. Siempre que pudo ejerció un férreo control sobre los diálogos en los que participaba, tanto en el teatro como en el cine. “Ningún hombre iba a sacar lo mejor de mí. Por eso escribí todos mis guiones”, dice en su autobiografía. “Ser a la vez actriz y escritora es la mejor combinación, porque puedes ser quien quieras. Solo tienes que escribirte el papel y después interpretarlo. Así puedes saltarte las partes aburridas. Y, cuando te cansas, puedes ser otra persona distinta”.

Para evitar el tedio, “el secreto es mantener el ritmo, no dejar que el público piense en los platos sucios”. “En cuanto pierdes la atención de la audiencia, es muy difícil atraerla de nuevo. Hay que ordeñar a base de bien a los espectadores. Necesitan diálogos que sean capaces de recordar cuando se van del teatro, como las canciones que tarareas nada más oírlas”.

El edificio donde vivía prohibía entrar a negros, como su pareja, así que compró el edificio

Y, por supuesto, conocía los peligros de lo que escribía en la época puritana que le tocó vivir. “Yo tenía mis trucos para hacerle frente a la censura. Escribía unas cuantas líneas que sabía que tacharían para que dejaran las demás. Había que permitir que se ganaran el sueldo”.

Como escritora, West no intentaba competir con autores románticos o eróticos, sino con humoristas como los Marx. Y no solo por sus diálogos. “Yo creé a Diamond Lil [Lady Lou para el público español], uno de los grandes personajes de todos los tiempos. Yo respetaba a Groucho y a los hermanos Marx porque eran divertidos, pero lo que más admiraba en ellos era que habían creado sus propios personajes”.

Portada de ‘Las grandes entrevistas de la historia’, recopiladas por Christopher Silvester, en Aguilar (1998).

9. El cine: la salvación de la Paramount

―¿Qué es lo que más orgullo le produce de su carrera?
―Salvé a la Paramount Pictures. Estaban liquidando la empresa. Las salas de la Paramount estaban a punto de hundirse, pero mis películas les hicieron ganar tanto dinero que consiguieron mantenerse en el negocio durante los años treinta. Deberían erigirme una estatua, o al menos un busto.

La proeza la consiguió con su primera película, Night After Night (1932), que recaudó una barbaridad para la época, más de dos millones de dólares en tres meses. Mae West tenía 40 años cuando llegó a la pantalla y empezó a interpretar sus propios guiones sobre mujeres independientes que no suspiraban por un amor romántico para siempre, sino que buscaban la diversión del momento y se sentían muy a gusto con su sexualidad. Algo nunca visto hasta entonces en el cine. Y no volvería a verse durante mucho tiempo después de que dejase la Paramount, seis años más tarde, expulsada por el renacer de la censura con el Código Hays. Entre tanto, se convirtió en la estrella más deseada y mejor pagada de Hollywood, un estatus que mantuvo cuando regresó a los espectáculos de variedades.

10. El truco de la primera impresión

Como dice el psicólogo Daniel Kahneman, Nobel de Economía y experto en sesgos cognitivos, “el efecto halo aumenta la significación de las primeras impresiones, a veces hasta el punto de que la información siguiente es en su mayor parte despreciada”. Mae West no tenía ninguna duda de que “las primeras impresiones son las que cuentan”. Por eso “siempre tenía mucho cuidado con el primer traje con el que salía al escenario o aparecía en una película”.

“Los Marx eran divertidos, pero yo los admiraba porque habían creado sus propios personajes”

Es como el momento en que llegas a una fiesta. Ese es el instante decisivo. Es entonces cuando la gente te mira de verdad, te evalúa y, si se siente impresionada, eso es lo que piensa y recuerda de ti. Da igual que después se te corra un poco el maquillaje, se te formen un par de arrugas en el vestido o parezcas un poco cansada; no es de eso de lo que se acordarán.

―¿Qué haría si no consiguiera producir una primera impresión óptima en un hombre? ―le pregunta Chandler.
―Buscarme otro hombre. Sin duda ese hombre tendría que estar mal de la cabeza.

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