Si un amigo no se hace ver a la hora de nuestra desgracia lo acusamos de egoísta, de insensible, de mal amigo. Pero también hay amigos que se niegan a acompañarnos en nuestra felicidad. No los acusemos de envidiosos. Acaso nuestros golpes de fortuna los alejen de nosotros porque tienen miedo de ser tomados por adulones. Son víctimas de una excesiva delicadeza, de un prurito de honestidad enfermizo. Cuando los comprendemos, tratamos de que nuestra felicidad sea humilde, nada jactanciosa, poco merecida y con algunos achaques y contrariedades
Marco Denevi
El escritor argentino-canadiense Alberto Manguel, en un artículo de homenaje a El dinosaurio de Monterroso, recopiló una serie de microcuentos entre los que se hallaba el Monólogo de Calígula, de Marco Denevi (Buenos Aires, 1922-1998):
Si yo, el primero de todos, soy lo que soy (una bazofia), ¿qué puedo esperar del resto de los romanos?
Lo cual me llevó al libro que lo contiene, Falsificaciones (1966, 1969, 1984), donde leí el relato que encabeza esta entrada, titulado De Amicitia, que a su vez me hizo recordar:
a) Una cita de Groucho Marx.
Nadie es infeliz del todo al presenciar el fracaso de su mejor amigo.
b) Una frase de un transeúnte que, en la madrileña cuesta de Moyano, le decía a otro:
¿De qué sirve tener un amigo si no lo puedes insultar?
Y c) un epigrama ya transcrito aquí:
Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.
Este último es el séptimo punto del Decálogo del escritor, recogido en la novela Lo demás es silencio, de Augusto Monterroso, autor del microcuento El dinosaurio, que tantas adaptaciones, variaciones y homenajes ha experimentado desde su publicación en Obras completas (y otros cuentos). De manera que volvemos a Marco Denevi, quien en Falsificaciones demuestra ser también un maestro del relato breve y de la literatura breve en general, como en esta reflexión que denomina In Paradisum:
Dios debe disponer que periódicamente los santos y los bienaventurados abandonen por una temporada el Paraíso, pues de lo contrario no saben u olvidan que viven en el Paraíso, empiezan a imaginar otro Paraíso por su cuenta, en comparación, el Paraíso les parece muy inferior, una especie de caricatura, eso los pone melancólicos o coléricos y terminan por creerse los condenados del Infierno.
Denevi, como descubrió Fernando Terreno en el blog La Pulpera, sucumbió a su vez a las fauces del dinosaurio monterrosino y lo adaptó, pero, quizá chulescamente, no lo hizo en un cuento corto, sino en una novela de 280 páginas. Mientras en 1959 el hondureño-guatemalteco-mexicano escribió:
Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
Denevi, como quien no quiere la cosa, puso lo siguiente en medio de un extenso diálogo de Rosaura a las diez (1955) entre el inspector Julián Baigorri y el restaurador de cuadros Camilo Canegato:
Cuando desperté el cadáver ya estaba allí.
Y como queda dicho el argentino lo hizo, para más inri y chulería, en 1955, cuatro años antes que Monterroso.