Mira que se lo tengo dicho, a la amiga Snows, pero no hay manera: erre que erre con la escritura de novela romántica. Y no digo que no la borde, ni tampoco que sea una borde por no hacerme caso, pero pienso que le sobra talento para que aborde otros registros más cercanos a mi exquisito gusto literario, que es de lo que se trata: novela negra, thriller, ciencia ficción, fantasía, humor, divulgación científica.
El thriller, desde luego, se le da que ni pintado. Y, lo que es más inquietante, el thriller cotidiano, con personajes familiares, pero también groseros y repulsivos (como en el relato La conspiración de los idiotas).
Esto último es la otra cosa ―además de no ser ni negra ni de ciencia ficción― que le echo en cara a su tercera novela, El amor sabe a chocolate (2014): le falta maldad. Sí, hay amargura, y despecho, y engaños, y crueldad, y, también, es cierto, hay algún personaje tan atildado como repulsivo, pero, entonces, ¿por qué tengo esa sensación? Ah, ya: me siento discriminado. Como macho. No es que le falte maldad, es que está muy mal repartida entre sexos. Y más cuando los sexos también están representados de forma muy desigual: ¿Dónde están las cuotas? ¿Las queremos en los consejos de administración, en los gobiernos, pero no en la literatura? ¿No es tremendamente injusto este doble rasero?
No es que las mujeres desdeñen a los hombres, o nos hagan ver que son seres normalmente estúpidos o falsos o brutos, pero los tienen en segundo plano
Bueno, vayamos por partes. Como nos tiene malacostumbrados esta elegante autora madrileña, la aparente ligereza del texto lleva al lector por un complejo laberinto de tramas y personajes. Pero los personajes son, sobre todo, femeninos. Y los masculinos (Pablo, un exmarido; Miguel, un exnovio; incluso Néstor, el que da título al libro, quien también resulta ser, básicamente, un ex) se nos muestran a través de la mirada de las mujeres con las que se relacionan. Salvo uno, que, mira tú por dónde, resulta ser el más odioso de toda la narración, de principio a fin.

No es que las mujeres desdeñen a los hombres, o nos hagan ver que son seres normalmente estúpidos o falsos o brutos, pero siempre los tienen ahí, en segundo plano, porque las protagonistas son ellas, incluso a través de ellos. Y los actos de los hombres, como no conocemos sus motivaciones, no los dejan precisamente en muy buen lugar.
En cambio, da la impresión de que a las mujeres la autora las trata siempre con cariño, al menos a los personajes principales (Adela, Raquel, Chantal, Ana, madre e hija, hermanas, amigas), porque todas tienen comprensibles razones ―casi siempre sentimentales― para ser como son y actuar como actúan.
Como el sensible lector o lectora ya habrá adivinado, a mí es que me mencionan la palabra romántica y ya estoy quitándole el seguro a mi Browning (y no digamos si me hablan de poesía). Por eso, y por la amistad que me une a Nieves García Bautista, no me considero el más indicado para hacer una crítica independiente de esta seductora y sinuosa novela, de la que únicamente diré que su escritura me recordó una frase de Ana María Matute: “Hacerlo fácil es tan difícil”. Aunque, ya puestos, también voy a transcribir, en la misma línea pero arrimando el ascua a mi sardina de preferencias literarias, dos opiniones de maestros del thriller por el precio de una, de Lee Child: “Como diría Tom Harris, un libro fácil de leer es muy difícil de escribir. Y al revés, añado yo: si un libro es complicado de leer, el autor no ha hecho bien su trabajo”.
La escritura de la novela, con su complejo laberinto de personajes y tramas, me recuerda una frase de Ana María Matute: “Hacerlo fácil es tan difícil”
De modo que recurriré a “los únicos que hoy gozan de verdadera influencia”, en palabras de Javier Marías, “los lectores desconocidos”, y reproduciré una crítica independiente de un tal Toño en Amazon:
Reconfortante, la lectura de El amor sabe a chocolate, novela formada por un sinfín de historias nacidas de los sentimientos, con continuos cambios de escena subrayadas por el ritmo de músicas de baile, tan presentes a lo largo del texto. Los personajes, mujeres en su mayoría, circulan ligeros por esta intrincada red de sucesos cotidianos camino de un elegante y astuto desenlace. Son personajes complejos, sorprendentes y, a veces, desesperantes, pero nunca incoherentes y casi siempre cercanos.
El amor sabe a chocolate es un hermoso libro-puzle que contiene un centenar de pequeñas piezas narrativas (las he contado a ojo), cada una de ellas con un final singular. Sin ir más lejos, la primera de estas partes es un acabado relato en sí misma.
El amor sabe a chocolate
Nieves García Bautista
Edición digital, 336 páginas
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