Es uno de los numerosos epigramas escritos por Oscar Wilde. Funciona, además, como una cita comodín, adaptable a los gustos y las circunstancias de cada cual. En 2007, Kevin Turner, entonces consejero delegado de Microsoft, que hacía campaña para la promoción del nuevo Windows Vista ―uno de los sistemas operativos menos elogiados de la compañía―, afirmaba: “La gente lo perdona todo, menos el éxito”. Trocaba «talento» por «éxito». Pero la sentencia convence igualmente si la última palabra se intercambia con otra de connotaciones positivas (para el que la dice). Así, Amancio Ortega pudo haber lamentado que «la gente lo perdona todo, menos la riqueza»; Penélope Cruz, que «la gente lo perdona todo, menos la hermosura»; y, tal vez alguno de nosotros, que «la gente lo perdona todo, menos la generosidad», o «menos la honradez», o «menos la felicidad».
Vamos, que la gente no perdona nada, salvo el fracaso, la estupidez o la humillación. Sobre todo si se trata de buenos amigos.
Wilde consignó estas palabras en un ensayo titulado El crítico artista, en un contexto en el que dos personajes, Ernest y Gilbert, dialogan acerca del arte, la crítica y otros asuntos colaterales, como las autobiografías. Dice Ernest:
No me gustan estos libros de memorias. Se trata normalmente de autores que han perdido completamente la memoria, o que no han hecho nunca nada digno de ser recordado. Esto explica su enorme éxito, pues a los ingleses, cuando leen, les encanta que les hable una medianía.
A lo que Gilbert replica:
Desde luego; el público es impresionantemente tolerante: lo perdona todo, menos el talento. Pero confieso que a mí me apasionan las memorias, ya sea por su forma o por su contenido. En literatura el egoísmo más absoluto es una delicia.
Así comienza un texto en el que, en apenas 70 páginas, Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde (Dublín, 1854 – París, 1900) nos deleita con un aluvión de talento, ingenio, provocación y espíritu festivo.
“Vivo con el terror de no ser incomprendido”
El crítico artista (The critic as artist) se ha publicado en castellano en el libro Ensayos y artículos, que también incluye La decadencia de la mentira; Pluma, lápiz y veneno, y La verdad de las máscaras, editados por primera vez bajo el título Intentions en 1891. Llegó a mis manos gracias a la colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, gran admirador del autor irlandés, del que dijo: “Wilde, casi siempre, tiene razón”. Y en el improbable caso de que no la tuviera, conviene recordar que Wilde no consentía en ser esclavo de sus propias opiniones.
Que son, entre otras, las que, sin respiro, siguen:
Ya sé que vivimos en un siglo en el que tan solo se toma en serio a los necios, y vivo con el terror de no ser incomprendido.
Después de haber interpretado a Chopin, me siento como si hubiese llorado por unos pecados ajenos y llevase luto por las tragedias de otros. […]. Me imagino a un hombre que siempre hubiese llevado una vida vulgar y que oyendo un día (por casualidad) algún intenso fragmento de esta música, descubriera repentinamente que su alma ha pasado, sin él saberlo, por terribles pruebas y conocido desbordantes alegrías, amores ardentísimos o grandes sacrificios. Desde luego, escribir ha hecho mucho daño a los escritores. Hay que volver a los orígenes de la voz.
La materia que emplean los pintores y los escultores es pobre comparada con las palabras. […] Solo ellas poseen el pensamiento, la pasión y la espiritualidad.
Casi siempre, los críticos (hablo, naturalmente, de la clase más elevada, de los que escriben en los periódicos de dos reales) saben más que los artistas responsables de las obras que los primeros deben analizar. Lo cual era de esperar, pues la crítica requiere mucha más cultura que la creación en sí.
“Se puede ver en diez minutos si un libro es bueno o no vale nada”
Para conocer el origen y la calidad de un vino es inútil beber el tonel entero. Se puede decir fácilmente en media hora si un libro es bueno o no vale nada. Basta, incluso, con diez minutos. Si se posee el instinto de la forma, ¿para qué perderse en un libro estúpido? Se cata, y ya es bastante, más que bastante.Yo definiría realmente la crítica diciendo que se trata de una creación dentro de otra creación. Porque, así como los grandes artistas, desde Romero y Esquilo a Shakespeare y Keats, no tomaron sus temas directamente de la vida, sino que los buscaron en la mitología, la leyenda y los antiguos cuentos, el crítico parte de materiales que otros han purificado, por decirlo así, para él, y que poseen ya además la forma imaginativa y el color.
¿Qué respondería Leonardo si alguien hubiera dicho de su cuadro La Gioconda que “todos los pensamientos y toda la experiencia del Universo se habían grabado y modelado allí, con toda su fuerza, para afinar y hacer expresiva la forma exterior, la animalidad griega, la lujuria romana, el ensueño de la Edad Media con su ambiente espiritualista y sus amores imaginativos, el retorno del mundo pagano, los pecados de los Borgias”? Habría contestado, probablemente: “No he tenido semejantes intenciones. Solo me han preocupado ciertas combinaciones de líneas y de masas, y también nuevas y artísticas armonías en verde azul”. Por eso mismo la crítica que he citado es la más elevada; ve a la obra de arte como punto de partida para una nueva creación. No se limita (supongámoslo al menos por el momento) a descubrir la intención real del artista y a aceptarla como definitiva. Y la razón está de su parte en este caso, porque el sentido de toda bella cosa creada está tanto, cuando menos, en el alma de quien la contempla como en el alma que la creó. E incluso es más bien el espectador quien presta a la cosa bella sus innumerables significados y nos la hace maravillosa.
“La crítica requiere mucha más cultura que la creación”
La obertura de Tannhauser […] esta noche puede llenarnos de ese amour de l’imposible que sobrecoge como una locura a tantos seres que creen vivir tranquilos y al abrigo del mal y que de repente se encuentran intoxicados por el veneno del deseo ilimitado, y que en esa persecución infinita de lo inaprehensible desfallecen, tropiezan y se desploman.
La Belleza posee tantos significados como estados de ánimo tiene el hombre. La Belleza es el símbolo de los símbolos. La Belleza lo revela todo, porque no expresa nada.
Ernest: Entonces, ¿insistes en que la crítica elevada es más creadora que la creación misma, y el fin principal del crítico es contemplar el objeto tal como “no es” en realidad? Es esta tu teoría, ¿me equivoco?
Gilbert: No te equivocas. El crítico simplemente usa la obra de arte para sugerirle otra obra nueva o personal, que no tiene por qué guardar una idéntica semejanza con la que critica. La única característica de una cosa bella es que se puede poner en ella todo cuanto uno quiera.
Muchos de nuestros pintores ingleses […] han rebajado las artes visibles a la categoría de artes fáciles de comprender, y las cosas fáciles de comprender son las únicas que no vale la pena contemplar.
“El arte nos preserva de la sordidez de la existencia”
El crítico reproduce la obra sobre la cual escribe de una manera que no es nunca imitativa y cuyo encanto consiste, en parte, en esa repulsa de su semejanza; nos muestra así, no solo el sentido, sino también el misterio de la Belleza, y transformando cada arte en literatura resuelve de una vez para siempre el problema de la unidad del arte.
La vida es terriblemente defectuosa desde el punto de vista de la forma; sus catástrofes hieren injustamente y sin motivos. Hay un error grotesco en sus comedias, y sus tragedias tienden a la farsa.
Hay libros capaces de hacernos vivir en una hora más que la vida en veinte años de penas y miserias.
Abra usted la obra maestra de Baudelaire [Las flores del mal] en ese Madrigal triste, que así dice: “¿Qué me importa que seas discreta? Sé bella y sé triste…”, y usted se sentirá adorador de la tristeza como no lo fue nunca de la alegría.
Continúe en el poema del hombre que se tortura a sí mismo, deje que su música sutil se deslice en su cerebro, coloreando sus pensamientos, y será usted por un momento semejante al autor de esos versos; no solo por un momento, sino durante muchas noches en claro, a la luz de la luna. Y durante días y días estériles y sin sol, una desesperación que no es la suya vivirá en usted, y la miseria de otro le roerá el corazón. Lea todo el libro, deje que revele a su alma uno solo de sus secretos, y su alma sentirá ansias de saber más y se alimentará de miel envenenada y querrá arrepentirse de extraños crímenes que no cometió y expiar terribles placeres que no ha conocido jamás.
Nosotros sufrimos con la misma intensidad que el poeta y el cantor nos transmite su dolor. Labios muertos nos envían su mensaje y corazones deshechos en polvo pueden contagiarnos su goce. […] No hay pasión que no podamos sentir ni placeres que no podamos gozar, y podemos escoger el momento de nuestra iniciación y también el de nuestra libertad.
¡La Vida! No recurramos a la vida para triunfar. Viene limitada por las circunstancias, no es lógica en su expresión y carece de esa delicada armonía entre la forma y el espíritu, la úníca que puede satisfacer a un temperamento creativo y crítico.
“Se perdona casi siempre al criminal, pero jamás al soñador”
Por medio del arte y solo por él podemos lograr nuestra perfección; el arte y solamente el arte nos preserva de los peligros sórdidos de la existencia real.
¿Y qué nos importan en el fondo los placeres con que la vida nos tienta o los dolores con que intenta aniquilar nuestra alma, si el verdadero secreto de la alegría se halla en contemplar las vidas de aquellos que jamás existieron, y que si llora es por la muerte de seres que, como Cordelia y la hija de Brabancio, viven eternamente?
Gilbert: El arte siempre es inmoral.
Ernest: ¿Siempre?
Gilbert: Sí. Porque la emoción por la emoción es la verdadera finalidad del arte, y la emoción por la acción es la finalidad de la vida.
La sociedad perdona casi siempre al criminal; pero jamás al soñador.
Si la sociedad juzga que la contemplación es el peor de los pecados, para las personas más cultas e instruidas es la única ocupación digna del ser humano.
“Es mucho más difícil hablar de algo que hacerlo”
Es mucho más difícil hablar de algo que hacerlo. No hacer absolutamente nada es lo más difícil del mundo, lo más difícil y lo más intelectual.
Para comprender el siglo diecinueve, hay que comprender primero los siglos precedentes, los cuales contribuyeron a su formación. Para saber algo de uno mismo, hay que saberlo todo de los demás.
Entre nosotros el pensamiento está degradado por su constante asociación con lo práctico.
Cualquier profesión entraña un prejuicio. La necesidad de abrirse paso nos obliga a ser partidistas.
El medio seguro de no saber nada de la vida es procurar ser útil.
Solo una época tan avara como esta en que vivimos puede colocar por encima de las bellas virtudes intelectuales esas otras bajas y emocionales que le reportan un beneficio práctico inmediato.
El desarrollo de la raza depende del desarrollo del individuo, y allí donde la cultura del yo deja de ser el ideal, el nivel intelectual baja inmediatamente y desaparece con frecuencia.
Una idea, si no es peligrosa, tampoco es digna de llamarse idea.
El hombre que se ocupa de su pasado no merece tener un porvenir.
¡Ah! ¡Es muy fácil persuadir a otros y muy difícil, en cambio, persuadirse uno mismo!
Rossetti tradujo en sonetos musicales el colorido de Giorgione y el dibujo de Ingres, así como el dibujo y el color suyos propios, sintiendo, con el instinto de quien usa múltiples modos de expresión, que el arte supremo es la literatura y que el método más bello, sutil y perfecto es el de las palabras.
“Una idea, si no es peligrosa, no merece llamarse idea”
Solo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan, y ésta es, sin duda, la razón por la cual una opinión imparcial carece siempre y en absoluto de valor.
El arte es una pasión, y en materia de arte el pensamiento está inevitablemente coloreado por la emoción, fluida más bien que helada.
Evidentemente, no se debían tener prejuicios; pero, como hizo notar un gran francés hace un siglo, depende de cada uno tener preferencias sobre unos temas, y cuando se tienen preferencias, deja uno de ser imparcial. Solo los peritos tasadores pueden admirar por igual e imparcialmente todas las escuelas de arte.
Hay dos maneras de no amar el arte, querido Ernest. Una consiste simplemente en no amarlo. La otra, en amarlo de forma razonable.
El verdadero crítico […] sentirá siempre la curiosidad de nuevas sensaciones y de nuevas perspectivas. Encontrará su verdadera unidad solo a través de esos cambios perpetuos. No consentirá en ser esclavo de sus propias opiniones.
La esfera del Arte y la de la Ética están completamente separadas.
La ciencia está fuera del alcance de la moral, porque sus ojos están fijos sobre las verdades eternas. El arte está igualmente fuera del alcance de la moral porque sus ojos están fijos sobre cosas bellas, inmortales y siempre renovadas. Solo pertenecen a la moral las esferas inferiores y menos intelectuales.
“Cuando se tienen preferencias se deja de ser imparcial”
Hay en nosotros un sentido de la belleza separado de los otros sentidos y superior a ellos, distinto de la razón y más noble que ella, diferente del alma y de igual valor; un sentido que induce a unos a crear, y a otros, los más delicados según mi parecer, a la simple contemplación.
Toda la mala poesía nace de sentimientos reales. El que es natural es transparente y, en consecuencia, nada artístico.
Las peores obras están hechas siempre con las mejores intenciones.
Los malos artistas se admiran mutuamente. Llaman a esto grandeza de espíritu y carencia de prejuicios. Pero un artista verdaderamente grande no puede concebir la vida revelada o la belleza modelada en condiciones distintas de las escogidas por él.
Precisamente porque un hombre no puede crear una cosa es por lo que se convierte en un juez perfecto para criticarla.
La creación limita la visión, mientras que la contemplación la amplía.
Para el gran poeta no hay más que un método musical: el suyo. Para el gran pintor no hay más que una manera de pintar: la suya. El crítico de arte es el único que puede apreciar todas las formas y todos los métodos. A él es a quien el arte se dirige.
¡Ah! No me digas que estás de acuerdo conmigo. Cuando alguien me dice que está de acuerdo con mis opiniones, sospecho que estoy equivocado.
No hay más que una cosa peor que la injusticia, y es la justicia sin su espada en la mano. Cuando el Derecho no es la Fuerza, entonces es el Mal.
Mientras se considere la guerra como nefasta, conservará su fascinación. Cuando se la juzgue vulgar, cesará su popularidad.
Las gentes claman contra el pecador, cuando no es el pecador, sino el estúpido, el representante de nuestra vergüenza. No hay pecado más grave que el de la tontería.
“Las peores obras se hacen con las mejores intenciones”
Ernest: Has hablado esta noche de cosas muy extrañas, querido Gilbert. Me has dicho que es más difícil hablar de una cosa que hacerla, y que no hacer absolutamente nada es lo más difícil que hay en el mundo; me has dicho que todo arte es inmoral y todo pensamiento peligroso; que la crítica es más creadora que la creación misma, y que la crítica más sublime es la que revela en la obra de arte lo que el artista no ha puesto en ella; que precisamente porque un hombre no puede hacer una cosa es por lo que es el juez perfecto para ella; y que el verdadero crítico es parcial, falto de sinceridad e ilógico en muchas ocasiones. Amigo mío, creo que eres un auténtico soñador.