“Quizá si continuara su trabajo como si no hubiera oído nada, luego, cuando hubiera pasado algún tiempo, se encontraría con que nada había ocurrido”

“Quizá si continuara su trabajo como si no hubiera oído nada, luego, cuando hubiera pasado algún tiempo, se encontraría con que nada había ocurrido”

Lo piensa Mary Maloney después de que su esposo, aun sabiendo que era “un mal momento” para decírselo, le haya comunicado una noticia que, según pensaba, la iba “a trastornar un poco”. El primer impulso de Maloney “fue no creer una palabra de lo que le había dicho. Se le ocurrió que quizá él no había hablado, que era ella quien se lo había imaginado todo”.

Es del inquietante cuento Cordero asado (utilizado por Almodóvar en ¿Qué he hecho yo para merecer esto?), uno de mis favoritos Relatos de lo inesperado (1979), libro formado por dieciséis piezas que contienen casi todo lo que me gusta en una historia: humor negro, misterio y un final deslumbrante; es decir, un argumento. Sin olvidar, claro está, una escritura que consigue que eso parezca natural, libre de artificios.

Detalle de portada de ‘Relatos de lo inesperado’ (1979), de Roald Dahl, en Anagrama.

Por si fuera necesario aportar razones de autoridad para convencer a quienes tienen la suerte de no haber leído todavía a este irrepetible autor ―o de haber olvidado lo leído―, sean niños, jóvenes o adultos, recordaré que otro de sus cuentos breves, El hombre del Sur, fue llevado a las pantallas chica y grande en dos ocasiones nada menos que por Hitchcock y Tarantino.

A continuación reproducimos textos de tres de sus fascinantes cuentos, los tres relacionados con la memoria o protagonizados por ella —los cuentos—. El primero es de Galloping Foxley:

Personalmente, desconfío de los hombres elegantes. Los placeres superficiales de esta vida les llegan demasiado fácilmente y parecen los únicos responsables de su propia belleza. No me importa que una mujer sea guapa, eso es diferente, pero un hombre: lo siento, me parece ofensivo.

El segundo, de La subida al cielo:

—¿Y qué tienen de malo las peinetas, si puede saberse? —inquirió él, furioso al ver que, por una vez, su esposa había perdido los estribos.

Y el tercero, de La patrona:

No hay mayor tormento que esa sensación de un recuerdo que nos roza la memoria sin penetrar en ella.

Pues nada más, aunque creo que se me olvida algo…

 

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