Para ser de Shakespeare (1564-1616) y para ser sonetos, extraña un poco que no rimen como tales. ¿Tan grande se creía el barbudo de Stratford que podía saltarse alegremente las normas de la métrica y de la rima consonante inherentes al sonecto, perdón, al soneto? ¿O es cosa del insigne traductor?
Bromas aparte, el amigo Ramón Gutiérrez Izquierdo tuvo un día la osadía de pensar que si las versiones en español de los sonetos de Shakespeare eran tan poco loables o más bien tan lamentables ―bueno, ya lo dejo― era porque nadie con el genio, la erudición y la categoría artística e intelectual apropiadas le había consagrado la dedicación que exige tan formidable tarea. Total, que, al grito de “no es raro escuchar la peregrina afirmación de que la poesía es intraducible, y a la vista de algunos resultados tal parece ser la obstinada determinación de muchos traductores”, se dijo: pues lo hago yo y santas pascuas.
“No es raro escuchar la peregrina afirmación de que la poesía es intraducible, y a la vista de algunos resultados tal parece ser la obstinada determinación de muchos traductores”
Yo, por mi parte, que fui recibiendo información fragmentaria de Ramón desde Ourense sobre sus progresos y revisiones y formateos y reinicios, y así durante los largos años transcurridos desde aquella iluminación, pensaba que era una forma de hacernos creer a los amigos que en sus ratos libres se ocupaba de algo de provecho, pues intuía que él no consideraba como tal su labor de funcionario-profesor de lengua y literatura gallega.
Hasta que un día radiante me dijo: “Lo terminé. Ya estoy satisfecho con la traducción de los 154 sonetos al gallego”, o algo por el estilo. ¿Al gallego?, pensé atónito. Pero, por supuesto, no se me ocurrió discutírselo, ni le pedí las pruebas, no fuera a ser cierto. Es que yo soy de esos que, en cuanto oyen la palabra poesía, le quitan el seguro a su Browning (por cierto, la frase original procede de un poeta, Hanns Johst).
Pasaron los años, y otro día me dijo, también radiante: “Ya pulí los detalles y las anotaciones. Ahora voy a ponerme con la versión castellana”. Ah, bueno, pensé. Pero me limité a mostrarle mi cara de enorme interés acentuada con un enfático gesto de respeto exquisito por la intimidad del trabajo artístico.
El resto ya es historia de las líricas hispánica ―incluida una larga batalla por el cobro de derechos con el impresentable Jesús García Sánchez ‘Chus Visor’― y galaica.
Con lo anterior he querido ofrecer una versión resumida de los acontecimientos, que, como es lógico, se extendieron durante mucho más tiempo (una década, grosso modo). Pero, pese a mi congénito afán de brevedad, voy a añadir tres cosillas:
1) Algún erudito se ha preguntado que qué opinaría Shakespeare, si viviera, de tal traducción. Aparte de la estupidez retórica que encierra la pregunta, sin duda destinada a llenar líneas, yo creo que el bardo barbudo tiene mucha suerte de morar en el Olimpo. Con las distancias siderales adecuadas, como escritor que ha tenido la fortuna de ser traducido al gallego por Gutiérrez Izquierdo, sé de lo que hablo. El bardo de Stratford habría tenido que darle durante todos esos años muchas explicaciones, y no sé si su salud ―con la agravante de la edad que tendría hoy― lo hubiera resistido: que por qué cada uno de esos adverbios, o esos adjetivos, o esos signos de puntuación, o esa sintaxis atropellada, o eso de ahí que no hay dios que lo entienda.
No hay nada más que echarle una ojeada a las minuciosas y abrumadoras notas que engrandecen y explican cada uno de los 154 sonetos para preguntarse: ¿todo eso lo sabía, lo podía saber, Shakespeare?
Entiendo que, al estar muerto el traducido, el meticuloso y perfeccionista traductor ha tenido que ingeniárselas por sí solo para buscar lo sublime donde quizá solo había casualidad, o una rima para salir del paso, o un desfallecimiento pasajero propio de un ser humano. No hay nada más que echarle una ojeada a las minuciosas y abrumadoras notas que engrandecen y explican cada soneto para preguntarse: ¿todo eso lo sabía, lo podía saber, Shakespeare?
No estoy diciendo, líbreme dios, que la traducción supere al original, o que establezca un mundo perfecto y por tanto inhumano en el que todo ―todo― tiene sentido. No. No quiero ser injusto con el de Stratford, que, estoy convencido, hizo lo que pudo.
2) Si, como aseguran los entendidos, los Sonetos figuran entre las cumbres creativas de Shakespeare, que ya es decir teniendo en cuenta todo lo que escribió, estas ediciones en gallego y castellano son también cumbres de la lírica de estas lenguas, lo cual tiene un mérito extraordinario en sí mismo, pero más todavía cuando descubrimos que Gutiérrez Izquierdo no tenía pajolera idea de inglés cuando tomó la decisión de traducirlos.
3) Por último, aunque acreditados críticos han puesto por las nubes las ediciones del amigo Ramón (“Su espléndida versión me ha conmovido”, Luis María Anson en El Cultural. “Aplasta a todas las demás traducciones”, Ángel Rupérez en El País. “La joya está ahí”, Luis Antonio de Villena en El Mundo), y puesto que nuestra vieja amistad podría interpretarse como un obstáculo para una sincera e independiente crítica literaria, me limitaré a reproducir la opinión de un lector anónimo, y por tanto imparcial, de Amazon, que es la clase de guía que ahora tienen más en cuenta los lectores ―cierto, firma como Ulyses, pero no creo que lo sea―:
“Aunque pasen muchos años, no concibo que estas versiones rimadas, que recogen el espíritu y la letra de William Shakespeare como nunca nadie podría haber soñado, puedan ser igualadas: por su elegancia, musicalidad y fidelidad al espíritu del original. Un clásico de las traducciones de poesía en edición bilingüe. Además, el monumental estudio de los 154 sonetos que completa el volumen es extraordinario, ameno y clarificador. Y lo digo con conocimiento de causa: he leído cuantas versiones se han publicado en español. Insuperable”.
Sonetos de Shakespeare: Shakespeare’s Sonnets
Edición en castellano: Visor de Poesía, 733 páginas
Edición en gallego: Edicións Xerais, 779 páginas
Traducción y edición en ambos casos: Ramón Gutiérrez Izquierdo
ACTUALIZACIÓN
Aunque en su día pudo parecernos preciso, justo y acertado, y sin duda ecuánime, quizá este crítico desconocido se haya excedido un poco con eso de “insuperable”. Véase, si no, la inigualable crítica de ‘Sonetos de Shakespeare’ (segunda edición revisada).