“Te ves mejor que de costumbre ―le dije―, pero en tu caso eso es tan fácil…”

“Te ves mejor que de costumbre ―le dije―, pero en tu caso eso es tan fácil…”

Se puede leer en Esmé, un estupendo relato de Saki (1870-1916), seudónimo del escritor británico Hector Hugh Munro. Me recuerda otra frase, de atribución incierta, aunque funciona mejor si es femenina, en la que el halago se acaba convirtiendo ―no se sabe si adrede o por accidente― en afrenta: “Estás tan guapa que no te había reconocido”. La narración de Saki, que en español figura en la recopilación Cuentos de humor negro, empieza así:

Hector Hugh Munro, Saki (1870-1916).
Hector Hugh Munro, Saki (1870-1916)

―Todas las historias de caza son iguales ―dijo Clovis―, igual que todas las de carreras de caballos y todas las de…
―La mía no se parece para nada a ninguna que hayas escuchado ―dijo la baronesa―. Sucedió hace bastante tiempo, cuando yo tenía unos veintitrés años. En ese entonces no vivía separada de mi esposo: ninguno de los dos podía darse el lujo de pasarle una pensión al otro. Digan lo que digan los refranes, la pobreza mantiene unidos más hogares de los que desbarata. Lo que sí hacíamos era salir de caza con jaurías distintas. Pero nada de esto tiene que ver con mi historia.
―Todavía no llegamos al encuentro antes de la partida. Supongo que hubo uno ―dijo Clovis.
―Claro que sí ―dijo la baronesa.
Estaban todos los de siempre, especialmente Constance Broddle. Constance era una de esas muchachotas rubicundas que cuadran a la perfección con los paisajes otoñales y los adornos navideños de la iglesia.
―Tengo el presentimiento de que algo terrible va a pasar ―me dijo―. ¿Estoy pálida?
Lo estaba, casi tanto como una remolacha que acaba de recibir malas noticias.
―Te ves mejor que de costumbre ―le dije―, pero en tu caso eso es tan fácil…

En el mismo volumen se recogen otros relatos fuera de lo común, como Té, El cuentista, La reticencia de Lady Anne o Sredni Vashtar (las gallinas, las tostadas, el estilo), en los que se pueden disfrutar pasajes como este:

Ni siquiera en sus ratos de mayor honestidad la señora De Ropp se habría confesado que le tenía aversión al niño Conradin, aunque acaso columbrara que el deber de frustrarlo “por su bien” no le resultaba particularmente molesto.

O este otro:

Puesto que odiamos caer en nada que huela a maledicencia, agradecemos siempre a quienes lo hacen por nosotros y lo hacen bien.

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